viernes, 5 de agosto de 2011

La venda

Voy a taparme los ojos con una venda. No quiero ver nada. No quiero mirar nada. Quiero que me llene agosto de su dulce calor, de su reposo tranquilo, de sus nubes de estío y su sol menguante, de su silencio de campo y su aire festivo. No quiero echar la mirada a los mercados, no quiero advertir la impotencia gubernamental, no quiero en modo alguno abrir mi alma a la angustia del futuro catastrófico que se avecina. Me da lo mismo si, estando en un paseo o en una terraza, salta la alarma de la intervención de España. Casi me da igual que nos lo quiten todo ya, que nada funcione: me veo a mí mismo como el último de una clase (la trabajadora) que no entiende a las elites que dirigen el país, no entiende cómo funciona el mundo, no entiendo por qué se ha llegado hasta donde estamos, por qué nadie nos explicó cómo se estaba funcionando realmente.

Alguno habrá que piense que soy un hipócrita, que cierro los ojos a los problemas, que escondo la energía que justamente ahora habría de aflorar. No es cierto. Dejo los ojos abiertos al sufrimiento de los ciudadanos, a quienes desesperan en el paro o en la miseria que no cesa, que no se acaba. Para ellos, que me han antecedido, a quienes posiblemente deba unirme en algún momento (aunque ojalá no suceda: ¡necesito de algún modo mantener la esperanza!), tendré mis ojos y mis brazos y mis puertas abiertas. Pero a ese torrente de noticias desesperanzadoras, angustiosas, atemorizantes, no puedo ni debo otorgarles un solo minuto de esta paz vacacional que ya casi me sumerge: acaso sea la última, en mucho tiempo, por eso no he de concederle la palabra en mis oídos. 

Porque si me dejo llevar por la insana curiosidad del momento, para ser testigo minuto a minuto del derrumbe trágico de nuestra forma de vida (tan errada), entonces alzaré mi mano contra los prebostes y mandamases, contra los políticos y quienes nos han llevado a la ruina, gastando lo que no está escrito, endeudándose sin mesura, arruinando este país y su futuro. Y si la alzo, aunque no sea con piedras ni con violencia, sino con palabras, no podré disfrutar de este, acaso último, verano.

Parecerá lamentable y cobarde, pero voy a colocarme una venda en los ojos, de igual modo a como llevo tapándome el hedor que siento por la calle con un trapo perfumado de honradez y silenciando mis oídos con algodones donde solamente suena el aire y el oleaje del mar cuando atardece. No quiero mirar más. No quiero saber más. No puedo más.