viernes, 12 de agosto de 2011

Violencia

Premonitoriamente lo escribí hace dos semanas, al hilo de la crisis: “Pienso que todo esto acabará en mucha violencia”. Y la violencia emergió finalmente. En el país más conservador y de tradiciones más religiosas y diplomáticas de toda Europa. El más aislado geográficamente, y el más diverso. 

Dicen los analistas que la violencia en el Reino Unido no tiene su origen en los malestares económicos que nos zozobran (por no decir que nos tienen otra cosa, malsonante y testicular). El primer ministro británico ha responsabilizado directamente a la falta de valores de la sociedad actual, a la deficiente educación, a la ausencia de moral. Oímos hablar de turbas de veinteañeros (y menores) dedicadas al pillaje de lo que, no pudiendo comprar, se llevan por las buenas o por las muy malas. Este vandalismo convierte al anónimo en poderoso, arroga a cualquier mindundi la capacidad colectiva de combatir a las fuerzas del orden cual gánster matón. Oímos hablar de saqueos extendidos y una violencia desatada, reprimida con dureza y hacia la que se pide aún mayor contundencia. ¿Y tras ello qué hay, aparte de delincuencia? ¿Se trata de una reivindicación? Los sociólogos opinan que no. Y yo tampoco. Todo está relacionado con la sociedad consumista en que vivimos. Poco importa la muerte del joven negro por un policía de gatillo fácil: eso fue una excusa, lo que detonó esta riada inmensa de altercados y destrucción dirigida hacia el corazón mismo de nuestra sociedad: la convivencia pacífica.

Una semana hablo de violencia económica, de ese ángel de la muerte que asola el planeta buscando víctimas ofrecidas en sacrificio por quienes han gastado a manos llenas y sin mesura. Otra semana toca hacerlo de barricadas, de miles de detenidos y de llamadas a los valores cívicos en los que nadie cree ya, mucho menos quienes tales llamamientos proclaman con desvergüenza. No hace tanto debatíamos sobre las revueltas árabes, que parecen ya asunto de otra galaxia, pese a su vital importancia, donde la gente sigue muriendo bajo la opresión de una estructura civil injusta. Y como siempre, están las guerras abiertas que se comen el mundo a pedazos. Y las hambrunas asoladoras que matan despiadadamente porque preferimos entregar el dinero a los bancos antes que salvar una vida humana (las vidas humanas no devuelven intereses). 

No sé lo que pensarán ustedes, pero yo creo que estamos siendo visitados por los jinetes del Apocalipsis, y no nos damos cuenta de ello.