viernes, 22 de abril de 2011

Silencio Santo

Si hay algo que me agrada de la Semana Santa, que no celebro, pero sí conmemoro, es la predisposición que ofrece a desviar la atención de los asuntos mundanos, que causan bullicio y confusión. El tinglado de la cosa pública, de esta decadente gobernanza del dinero y sus tentáculos, que estruja hasta la asfixia con su abrazo mortífero, produce consiguiente hartazgo y hastío. Nos indignamos, cierto, pero no logramos aliviar la apretura sólo con el enojo. Y en esa impotencia aterradora, subyugados por poderes que se escapan a nuestro control, y casi siempre también a nuestro entendimiento, vamos muriendo como ciudadanos libres, como hombres y mujeres que avanzan en la Historia.

Me pregunto: ¿quién podría morir hoy por nosotros, liberándonos de esta corrupción codiciosa que deteriora todos los órdenes de la vida? Desde la tristeza me respondo: nadie. Nosotros mismos hemos de expulsar al invasor amparado en la codicia que crece por nuestro olvido de catástrofes anteriores y que refleja, en toda su abominación, el mecanismo recientemente diseñado para hacer de este mundo lo que es: abismales diferencias entre pobres y ricos, injusticias nunca resueltas porque sus intereses (creados) nos salpican a todos. El monstruoso mecanismo es tan vasto y tan intrincado que, concluimos, nada lo puede parar. Pero esa conclusión sólo es propicia para quienes han de ser –más que nunca antes– derrocados. El ruido beneficia a los amos del mundo. Por eso lo generan.

No dejo de repetírmelo: necesitamos actualizar nuestra percepción de lo que está sucediendo, de lo que estamos haciendo, de hacia dónde nos encaminamos. ¿Hasta cuándo vamos a permanecer ciegos y sordos, drogados de fútbol y televisión, manteniendo el resto de los sentidos en un abotargamiento tal que incluso esta realidad incalificable, negruzca, es respondida con el inmovilismo? ¿Qué ha de ocurrir para que, encolerizados, decidamos de una vez que todo este tinglado es una farsa, que la vida está cubierta de inmundicias esputadas por unos pocos y mantenida por la insoportable ignorancia de quienes ejercen nuestra representación, y que reaccionemos en proporción a la gravedad del asunto, que es mucha?

Aprovecharé este Silencio Santo, silencio de Semana Santa, de la muerte de alguien que dicen que se sacrificó por nuestro bien, aunque yo no lo crea, para ahondar en estas reflexiones, no sea que la hartura y el cansancio me impidan luego reaccionar: justo lo que me venía pasando hasta ahora.