viernes, 15 de abril de 2011

Aguirre y la excelencia

Ya saben la propuesta. Crear un bachillerato de excelencia. Y ya saben las críticas: algunas de ellas, sintéticamente, dicen que “segrega, privatiza y retrocede”. Otras la tachan de despropósito, abogando por “mínimos de calidad”. Somos una sociedad de mínimos como bien demuestran nuestros representantes políticos y demás voceros cada vez que abren la boca. El problema es que esos mínimos se devalúan año sí y año también hasta tal punto que ya es difícil distinguirlos de la ignorancia.

Usted, lector, ya sabe de mis inclinaciones personales. Por poca simpatía que le tenga yo a Esperanza Aguirre he de confesar que su idea me parece, cuando menos, interesante. ¿Acaso no paga el Estado la excelencia en la formación de nuestros deportistas olímpicos (ADO)? Nadie vocea en contra de ellos, pero, ¡ay!, que se impulse la formación de los mejores estudiantes sí concita las repulsas generalizadas de muchos. 

Qué poco gusta el esfuerzo en esta sociedad. Tan poco que ni se tolera el ajeno. Y qué obtuso el empecinamiento de tantos por convertirnos a todos en idiotas. No sé de qué me extraño. Las horas dedicadas a esa basura intelectual llamada televisión alguna consecuencia habría de entrañar. Basta pensar un poco en las consecuencias de tanta LOGSE bienintencionada, pero equivocada, que abolió lo académico e instauró la pedagogía: ¿acaso espanta que no se sepa qué sucedió un 18 de Brumario, las generalizadas faltas de ortografía, no haber leído ni una sola página de Descartes? Eso sí, el fútbol que nadie lo toque. 

De políticas mediocres sólo pueden surgir propuestas mediocres. Con qué buen ánimo abraza el gentío la absurda igualdad de la ignorancia. Y es cierto. El conocimiento segrega, la ignorancia uniformiza. ¿Quieren mínimos educativos de calidad? Pues dejen de gastar dinero en reflotar bancos: gástenlo en los colegios. ¿Quieren una sociedad mejor instruida? Devuelvan las disciplinas tradicionales al aula, déjense en paz de comprehensividades. Nuestros jóvenes son maleducados y de botellón. Y bastante dóciles (por no decir que lo son mucho): van al paro como borreguitos conformistas sin un ápice de librepensamiento en los magines que les haga, cuando menos, gritar juntos en la calle en contra de todo lo que está pasando. ¡Y vaya si están pasando cosas! 

Inaudito. En Madrid equivocan el tiro, pero lo que proponen no es ofensivo. La excelencia –en todos los ámbitos conviene protegerla y animarla. Y los demás que al menos intenten fingir como cuando van al fútbol y aplauden al jugador excelente.