viernes, 7 de enero de 2011

La nueva década

Mientras escribo mi primera columna del 2011, la primera de la segunda década de este siglo XXI, veo a través de los cristales unas nubes grises, prodigiosas, que arrastran humedad y frío a su paso. La luz del día es difusa, proviene de todas partes, no soy capaz de percibir el resplandor del Sol por parte alguna. Y sin embargo, sé que está ahí detrás, sobre las nubes, iluminando las capas superiores de la atmósfera, por donde transitan los aviones y aun más arriba, derramando luz y calor sobre nuestro planeta.

Esta mañana vinieron los Reyes de Oriente y dejaron algún presente en mi casa, junto a las zapatillas y el cubo de agua con que quisimos obsequiar a sus seguramente cansados camellos. Me gusta comenzar así el año: uvas, cava, regalos (cada vez más prácticos que lúdicos), buenas palabras... Este año no pedí nada especial a los Magos y, sin embargo, jamás estuve más necesitado de esperanza: quiero ver el Sol que luce detrás de las nubes, necesito saber que su calor aún se sigue derramando sobre el mundo. Sé que es así, porque la naturaleza no entiende de cuitas humanas. Pero yo he comenzado a dudar ya de que nosotros podamos arreglar nada, porque se me antoja que la inteligencia humana, tan pésimamente empleada como lo está, va a acabar con la civilización moderna.

Ojalá en esta nueva década demos con ciertas claves, urgentes y premiosas, para acabar con todo esto que nos acongoja. Con la crisis, desde luego, pero sobre todo con lo que la genera: las horribles injusticias, el crecimiento desmesurado de la riqueza de unos pocos a costa de la vida y la felicidad de los más, el ridículo sistema político y social que estamos agotando, la constante estrechez de nuestras miras, y el enorme, enormísimo egoísmo personal con que avanzamos por la Historia.

Buenas esperanzas, eso es lo que necesitamos para recorrer la nueva década. Y confianza en nuestra capacidad para superar estos abismales desajustes sociales de los que dependemos absurdamente, y que nos conducen a una total sedación que nos impide ver el futuro, el camino correcto, el destino de nuestras vidas. No puede ser que queramos continuar como hasta ahora, que los intereses mezquinos primen sobre el bien de la humanidad. Y aunque así sucediese, que posiblemente sucederá, hemos de hacer algo para preservar el futuro de quienes nos han de sobrevivir. Porque es a ellos a quienes estamos continuamente poniendo en riesgo. Y lo sabemos: eso es lo peor de todo.