viernes, 14 de enero de 2011

Confianza

Hace unos días estuve echando un vistazo a un artículo de economía que comparaba los datos españoles, tomados del CIA Factbook (los espías publican esas cosas en su web), con otros países europeos. Uno inmediatamente observaba que España, tanto por su deuda externa como por la relación ingresos y deuda, es, como poco, tan solvente como sus vecinos. El articulista se preguntaba por qué, entonces, se nos señala con el dedo tan insistentemente, por qué ese interés planetario en sospechar que vamos a quebrar por insolvencia.  

Es cierto que, en términos absolutos, y si no miramos más que hacia nuestra propia casa, todo ese flujo financiero de deuda, inversión en ladrillo, intereses de los bonos y demás, asusta al más pintado. Pero si se mira a los demás países, en promedio, aquí no está pasando nada que no pase en otras partes. Sin embargo, Japón, con una deuda pública del 200% de su PIB, sigue atrayendo inversores y mercado, y nosotros no. Como país, somos solventes, al menos de momento (si es que nadie ha falseado las cuentas, que parece que sí). Lo que no somos es de fiar. 

Me hice esta pregunta: si dispusiera de millones de dólares para invertir en deuda, ¿los invertiría en España? Me aterró mucho la primera respuesta de mi cerebro: “ni loco”. Y algo así es lo que les debe pasar a quienes llamamos, genéricamente, los mercados: que no quieren invertir en nuestra deuda, o si lo hacen es a intereses muy altos. No hay razón que lo justifique, ni números que lo demuestren, pero falla la confianza, que es una cosa muy poco científica. Si yo no confío, y soy de aquí, ¿por qué van a confiar ellos, que viven no se sabe muy bien dónde?

Mi siguiente reflexión fue: ¿por qué no me fío de España, por qué no me fío de mí mismo? Aquí hay empresas muy buenas, y trabajadores estupendos, y mucho tesón, y voluntad, y honradez. Entonces, ¿qué falla? La respuesta no se hizo esperar. Lo que falla es la política. Que en treinta años no hayamos invertido en educación, en industria, en innovación. Que sólo hayamos invertido en ladrillos, en subvenciones, en despilfarro, en aulas mediocres, en telebasura, en funcionarios. Y digo hemos cuando debería decir han. 

Yo quiero volver a confiar en mi país. Cueste lo que cueste. No me dolerá el sacrificio ni me importará ser más pobre si todos hemos de vivir mejor y el futuro aparece menos incierto. Lo que no quiero es volver a descubrir mi desconfianza adueñándose silenciosamente de toda mi voluntad.