Llevamos muchos años de crisis. Demasiados ya. Excesivos.
Aquello tan exótico de las hipotecas subprime
y los ninja, que sonaba a
extravagancia estadounidense, se nos echó encima como una tormenta caribeña,
cubriendo miserablemente nuestra existencia con dolor y llanto. De repente,
advertimos que nosotros nos veníamos comportando también como aquellos ricachones
capitalistas a los que despreciábamos por envidia. Adquiríamos pisos carísimos
al precio que le daba la gana al mercado, porque –total- siempre vendría algún
pardillo detrás que decidiese comprar el nuestro... Y los bancos y cajas,
encantados. Y todos, ahora, estupefactos. Porque la crisis ni se acaba, ni se
va a acabar.
Tres años, además, de continua zozobra para España. Esto
del independentismo es un saco sin fondo. Hay días que me levanto, pensando:
“¿y por qué no les damos a todos la independencia que piden? Total, si estamos
ya casi arruinados, la ruina total no ha de ser mucho peor…”. Sería curioso ver
cómo regresan las aduanas, los aranceles, los pasaportes. Y todos tan
satisfechos de ver a nuestras regiones convertidas súbitamente en naciones. Qué
importa que se nos coman los mercados, que nos engulla la deuda. Extraño mundo
éste del siglo XXI. Tanto como se ha empeñado la Historia en unir los reinos e
imperios, y bastan cinco vocingleros demagogos para convertir un recóndito
valle en cuna de una nación imposible…
Y qué decir de la crisis cultural. Hoy, más que nunca, como
vale todo, y todo vale lo mismo, no hay distinción entre el saber y el no
saber. Somos como máquinas. Viajamos a todas partes, festejamos todos los fines
de semana, vivimos hedonistamente una existencia a la que hemos esquilmado el
conocimiento y la cultura. Pero en mi correo apenas entra un email sin faltas
de ortografía, con léxico abundante, con riqueza conceptual. Y que no se me ocurra
reprochar las haches faltantes, o las bes convertidas en uves, o las tildes
sacrificadas: me acusarían (como me han acusado) de intolerante, de redicho, de
esnob, de cursi; incluso me han llamado sátrapa (porque no saben lo que
significa, claro). La miseria intelectual lo llena todo. Ya lo decían los
viejos, esos despojos que encerramos en residencias para que no estorben: en el
propio ombligo no crece nunca la sabiduría.
Tres años, bien largos y atribulados, de crisis
inacabables. Uno empieza a sospechar que la palabra crisis es sinónima de otra
mucho más evidente: el mundo que hemos creado.