viernes, 23 de julio de 2010

Tres años ya

Llevamos muchos años de crisis. Demasiados ya. Excesivos. Aquello tan exótico de las hipotecas subprime y los ninja, que sonaba a extravagancia estadounidense, se nos echó encima como una tormenta caribeña, cubriendo miserablemente nuestra existencia con dolor y llanto. De repente, advertimos que nosotros nos veníamos comportando también como aquellos ricachones capitalistas a los que despreciábamos por envidia. Adquiríamos pisos carísimos al precio que le daba la gana al mercado, porque –total- siempre vendría algún pardillo detrás que decidiese comprar el nuestro... Y los bancos y cajas, encantados. Y todos, ahora, estupefactos. Porque la crisis ni se acaba, ni se va a acabar.
Tres años, además, de continua zozobra para España. Esto del independentismo es un saco sin fondo. Hay días que me levanto, pensando: “¿y por qué no les damos a todos la independencia que piden? Total, si estamos ya casi arruinados, la ruina total no ha de ser mucho peor…”. Sería curioso ver cómo regresan las aduanas, los aranceles, los pasaportes. Y todos tan satisfechos de ver a nuestras regiones convertidas súbitamente en naciones. Qué importa que se nos coman los mercados, que nos engulla la deuda. Extraño mundo éste del siglo XXI. Tanto como se ha empeñado la Historia en unir los reinos e imperios, y bastan cinco vocingleros demagogos para convertir un recóndito valle en cuna de una nación imposible…
Y qué decir de la crisis cultural. Hoy, más que nunca, como vale todo, y todo vale lo mismo, no hay distinción entre el saber y el no saber. Somos como máquinas. Viajamos a todas partes, festejamos todos los fines de semana, vivimos hedonistamente una existencia a la que hemos esquilmado el conocimiento y la cultura. Pero en mi correo apenas entra un email sin faltas de ortografía, con léxico abundante, con riqueza conceptual. Y que no se me ocurra reprochar las haches faltantes, o las bes convertidas en uves, o las tildes sacrificadas: me acusarían (como me han acusado) de intolerante, de redicho, de esnob, de cursi; incluso me han llamado sátrapa (porque no saben lo que significa, claro). La miseria intelectual lo llena todo. Ya lo decían los viejos, esos despojos que encerramos en residencias para que no estorben: en el propio ombligo no crece nunca la sabiduría.
Tres años, bien largos y atribulados, de crisis inacabables. Uno empieza a sospechar que la palabra crisis es sinónima de otra mucho más evidente: el mundo que hemos creado.