Los eligen para defender intereses de otros. En la Antigua
Grecia, se trataban de autoridades que cuidaban de los intereses del vulgo. En
el siglo XXI, esa intermediación entre el pueblo y las autoridades con objeto
de salvaguardar la legalidad y la honradez, está simple y llanamente
desvirtuada.
Cuando las cosas van bien, se encargan de negociar.
Negociar cosas. Convenios de una colectividad, o de varias, por ejemplo. Sus
proclamas son conocidas: el bienestar del trabajador, las condiciones dignas de
seguridad e higiene, el diálogo social, etc. Cuando las cosas vienen mal dadas,
protestan. Ejercitan la defensa de sus intereses mediante movilizaciones,
manifestaciones, huelgas… Nada que objetar, hasta este punto.
La reciente huelga del metro de Madrid demuestra que las
cosas nunca son como aparecen en los manuales escolares. Una huelga en la que
se rompen unilateralmente las condiciones pactadas para su desenvolvimiento, no
es una huelga. Es un conflicto, y de mucho cuidado. Los sindicatos, cuando niegan
someterse a lo pactado, colocándose incluso en la ilegalidad, ¿qué desean
realmente? ¿Una vía rápida de resolución de algo injusto? Lo dudo. Nadie se
pliega al chantaje rápidamente, nadie en su sano juicio. ¿Ponerse en contra a
la ciudadanía, a otros trabajadores como ellos, indignados ante lo que está
sucediendo? Realmente no, pero no les importa: saben que tenemos memoria de
pez. ¿Un enfrentamiento político? Por supuesto. Se trata de eso. De ver a los
sindicatos actuando como actores políticos, “usando” a los trabajadores para
evidenciar su oposición a ciertas formas de gobierno, enfrentándose con
renovados argumentos (que parecen lícitos) a sus eviternos enemigos: los que
ellos llaman “poderosos”… Personalmente,
hubiese preferido que los sindicatos, esta vez, hubiesen hecho esa huelga, sí,
pero gritándole al que sí tendrían que haber gritado desde el principio, en
lugar de adularle tanto.
Qué insoportable mal gusto arrastra una huelga sin reglas.
Y, sobre todo, cuánta bilis genera. Bastante tenemos con tragar lo que hemos de
tragar, para encima soportar estas ilegalidades. Los ciudadanos somos el saco
de boxeo al que todos, unos y otros, gusta sacuden de lo lindo: ya sea con el
IVA, el IRPF, con la crisis o las huelgas.
Es curioso. No consiguieron detener el trabajo de los
funcionarios, pero deteniendo el Metro en Madrid sí han logrado indignarnos a
todos, en todas partes, nuevamente. Nihil
novum sub sole.