Como eso de la victoria no lo quise celebrar, que uno tiene
más orgullo que años, y ser poco futbolero es algo que se ha de mantener con
dignidad aunque la Selección gane el Mundial, esta semana no me he sentido nada
resacoso porque la borrachera de éxito balompédico no me alcanzó. Lo que sí me
siento es magullado. Tengo el cuerpo repleto de cardenales. Los más ocres, esos
que parece que se van yendo (que dicen los gallegos) pero siempre están ahí, como
el padre de Hamlet, son moratones de lo económico y lo social. Más de lo
económico que de lo social, seamos sinceros. Y los oscuros, de un rojo casi
taurino, que nunca la muerte produjo tanta fiesta, e incluyo los Sanfermines,
los oscuros (digo) son las secuelas de la leña que sacudió Holanda en el
partido final del Mundial.
Oiga. Los alemanes juegan fino, dejan jugar, lo intentan,
son buenos. Pierden (por la mínima) con una educación, un buen saber estar, una
nobleza y un decoro tales, que no puedo menos que acordarme de ellos con la más
abierta de las sonrisas. Lo que no quiero es ver a un holandés en meses. ¡Pero
qué cerdos! ¿Vieron qué patadas, qué agresividad, qué bastedad y qué
indecencia? Ni que fueran las huestes de Guillermo de Orange… Tenía yo a los
tulipanes por simpáticos y modernos, y en lo del balón por mecánicos. Pero los que
perdieron el otro día se equivocaron: para mí que vieron antes del partido “La
Matanza de Texas”. Aún me duelen las magulladuras.
Y yo que pensaba, con no poca ingenuidad, que esto del
fútbol nos resarciría algo de la cosa pública, que anda muy malita. ¡Qué va!
Ahí andan nuestros prebostes dándose leña también. ¿Que las cosas están
difíciles y hay que arrimar el hombro? Pues nada, a decirse uno al otro el
nombre del marrano y a soltar zarpazos y repartirse estopa al más puro estilo
goyesco (con las piernas hundidas y a garrotazo limpio), y a no darse por
enterados de los hinchadísimas que tenemos ya todos los ciudadanos las gónadas
(con perdón) con eso de que todos sean tan lamentables, egoístas, ineficientes
y cantamañanas.
Cómo está el país, madre. Cinco millones de parados y el
Estado hecho unos zorros, y aquí nadie alcanza acuerdos, ni pactos, ni cede, ni
aporta, ni ayuda, ni transige, ni nada de nada. Al menos los holandeses dejaron
de dar leña con el pitido final. Aquí, ¿dónde está el que pita? ¿Podría hacer
el favor de enviarles directamente a la ducha? ¡Ah!, que pitamos nosotros… Vaya,
vaya. Casi lo había olvidado.