Lo siento (infinitamente) por los funcionarios y
pensionistas: les bajan o congelan los ingresos, y aun así tendrán que encarar
la subida del IVA, los impuestos indirectos, el IRPF, y todo lo que inventen
las meninges de nuestros mandamases para reducir el déficit público, cosa que
no ha de lograrse solamente exprimiendo nóminas.
Lo siento también (muchísimo) por las generaciones
venideras: serán quienes paguen los intereses de nuestra deuda y el reciente despilfarro
keynesiano (solamente el inútil PlanE ha supuesto tanto dinero como el que
Europa nos obliga ahora a recortar).
Lo siento (sinceramente) por todos, especialmente si le
pasaba a usted como a mí, que no daba crédito al inmovilismo reinante en la
capital, y rabiaba impotente al observar cómo la locura nos llevaba derechitos
a la ruina, sin que aquí nadie moviese un dedo, especialmente todos esos que
acostumbran a mover sus dedos a base de manifestaciones y huelgas, y que han
venido callando como egoístas que son.
Lo siento (por usted, y por mí) por esta tristeza inmensa que
produce oír lo que se dijo el miércoles en el parlamento, porque todo esto nos
lo hubiésemos ahorrado si desde el primer día se hubiesen tomado las medidas
adecuadas, y porque mientras van a dejar temblando a tres millones de personas
que habían ajustado en el pasado su deuda al sueldo que de repente les minoran,
y otros tantos continuarán en el paro hasta que las ranas críen pelo, a esos
otros que les da igual una crisis más o menos, porque sus dividendos no dejan nunca
de crecer, y a todos los que nos han llevado a esta debacle sin precedentes, no
les van a bajar ni los humos. Y lo que es peor. Con estas medidas, y las que
vendrán después: ¿cree que vamos a poder reformar el modelo económico para que
esto no vuelva a ocurrir? ¿De verdad cree que podremos luchar alegremente
contra el cambio climático e impulsar la energía renovable? ¿Sinceramente
piensa que habrá dinero para algo tan legítimo? De ésta no saldremos hasta que
pasen varios años. El final del túnel está lejos, es ahora cuando entramos en
él.
En parte, lo siento (hondamente) porque… lo merecemos. En
vez de luchar contra la corrupción y el despilfarro, hemos demostrado que nos
gusta vivir ajenos a la realidad, y por eso lloramos como plañideras cuando –desde
afuera- nos imponen curas dolorosas. Y agradecidos hemos de estar que en Europa
haya alguien con poder de convicción sobre quien no se escucha sino a sí mismo.