Dicen (quienes pueden decir tal cosa) que la gente vuelve a
comprar pisos. Y coches. Que hay apuntes de ciertos repuntes que actúan sobre
los puntos y decimales de la economía. Que no estamos tan mal, vaya. Que todos
estos miedos inveterados que pueblan mi psique (y que yo les transmito a
ustedes, lectores, desde esta columna) son simples veleidades mías. Y de otros.
Y de algunos más. Pero, ante todo, veleidades de índole pesimista: será que
tengo una cierta capacidad para no atisbar en este revuelto presente nada de lo
que se obstina en permanecer oculto.
Pero lo de los pisos, es cierto. Yo mismo voy a comprarme
uno en muy pocos días. Ya tengo la hipoteca, el notario… lo tengo todo. Me
faltó dinero, pero supe llamar a la caballería. Nunca falla, aunque en estos
tiempos que corren está fallando prácticamente todo. Al principio, tuve la impresión de que los
bancos no iban a querer concederme ninguna hipoteca. Que solamente se concedían
a los funcionarios y a quienes no necesitan hipoteca. Pero no es cierto.
Calculan riesgos (tiendo a pensar que los exageran demasiado) y si finalmente
les parece que la cosa (la operación) puede ser beneficiosa para sus intereses,
pues son justamente intereses la recompensa de su esfuerzo inversor, te ofrecen
algo (un poco) que no puedes rechazar, y lo pueblan de aditivos: seguros de
vida, primas únicas, otros gastos, zarandajas varias que usan los banqueros
para sacarnos los cuartos porque no tenemos otra opción.
De manera que, humildemente, voy a engrosar la estadística
de supuesta recuperación de este país nuestro: ya hay un piso más que se vende
y que se compra. Me consta que los dueños no han especulado con su valor. Una
plusvalía razonable no es especular. Ese verbo solamente aplica a esos
movimientos monetarios con los que, sin esfuerzo ni sudor, impúdicamente,
aprovechando un cero coma cero uno de una situación casi desconocida que
permite después vender al treinta y cuatro coma siete, alguien se forra.
Alguien que, para muchos, es listo. Aunque para mí no es nada más que un
desalmado.
Decía que a este repunte puntual estadístico al que estoy
echando una mano, dudo que se pueda llamar recuperación. Tanto paro. Tantas
dificultades. Tanto déficit. Está todo fatal. Quizá suceda que más abajo ya no
se puede descender: sería un desastre homérico (helénico). Esto de trabajar
duro para comprarse un piso se llama normalidad. Y es por lo que tendrían que
velar nuestros políticos.