Primera cuestión, cifras: matemática del dispendio. En la
solución hay sumas y hay restas infinitas, pero nos limitaremos a cuatro
apuntes. Adiciones: 13.000 millones de PlanE + 11.000 millones de la reforma de la financiación autonómica.
Sustracciones: - 12.000 millones por los 400 euros del IRPF - 1.800 millones
del impuesto de patrimonio. Total, con las adiciones (positivas) sumando y las
sustracciones (negativas) restando: casi 38.000 millones de euros dilapidados. A
eso se le llama dispendio.
Segunda cuestión, letras: significado del cinismo. La
solución parte de consideraciones no matemáticas del problema anterior. Por
ejemplo, que los citados 38.000 millones de gasto dilapidado no salen ni de su
bolsillo ni del mío, que está ya bastante exangüe con el gasto corriente
(también muy alto), sino del bolsillo de los mercados internacionales a los que
acude el Gobierno para financiar su disparatado dispendio, el mismo que no ha
servido para nada, ni detener la crisis, ni mejorar la productividad. Lejos de
atajar el disparate y practicar las políticas sugeridas por los prestamistas, el
gobierno se empeñó en seguir gastando a manos llenas más de lo que ingresaba, esperanzado
en que en algún momento la locomotora extranjera le resolvería el problema, de
manera que esos mismos prestamistas comenzaron a sospechar que España no
tendría con qué devolver el dinero prestado al vencer el plazo estipulado. Ante
esa perspectiva, deciden aumentar el interés de los siguientes préstamos a
España, en caso de quererlos (que quiere, porque los necesita). El gobierno, con
las cuentas descontroladas, tacha entonces de delincuentes y caraduras a esos
mismos mercados a los que acudió para conseguir dinero (prestado). A eso se le
llama cinismo.
Tercera cuestión, cifras y letras. Ante la evidencia de
quiebra técnica, que arrastraría a toda la UE, los otros gobiernos obligan al
nuestro a reducir de inmediato en 15.000 millones el gasto del Estado (la mitad
del dispendio arriba calculado). Sin tiempo para pensar, el Gobierno echa inmediatamente
mano de lo más fácil, funcionarios y pensionistas, para salir del paso. No
reconocen sus profundos errores, tampoco que legislan contra sí mismos. Nadie
en todo el gobierno se plantea dimitir. Ni se les cae la cara de vergüenza al ver
toda su política económica corregida, supervisada y controlada. A eso no sé cómo se le llama, pero su
consecuencia evidente es nuestra estupefacción y enfado.