Hoy les escribo a toda prisa mientras espero la salida de
un vuelo que me ha de llevar al Nuevo Mundo. A ese continente inmenso que,
desde Colón, nadie ha podido arrogarse como nosotros el derecho de reclamar su
descubrimiento. Otros lo pisaron antes, pero sin el relumbre que de la impronta
de la Historia. Adonde voy, esa franja extensísima de tierras australes bañadas
por un océano inmenso y una cordillera majestuosa que llamamos Chile, no tendré
problemas de idioma. Sus habitantes hablan la misma lengua que yo, si bien
coexisten diversas lenguas indígenas que no toda la población conoce. De este
ejemplo, y otros muchos, incluso más próximos, se deduce que lo de las lenguas
del Estado es un asunto común con infinitud de Estados, y no de nuestro solo
ombligo.
Uno no escoge al nacer la lengua en que ha de expresarse.
El individuo se une a ese rasgo cultural que le viene impuesto, pues es la más
fácil solución de entre todas las posibles. Desde la burocracia o desde la
misma sociedad, luego, pueden exigirle que se comunique en otra distinta. Pero,
¿no es acaso un forzamiento encaminado a resignarle en lugar de sumarle a la
causa del otro idioma? Aquel dictador
que pervivió en su poder tantos años como yo llevo vividos, impuso la lengua de
España y prohibió las otras lenguas de España. ¿Sirvió de algo? Creo que de nada en absoluto. Y de ello
habrían de aprender muchos impositores.
En Madrid los alumnos pueden solicitar el bilingüismo
castellano-inglés en un buen número de colegios públicos. Sin embargo, no
conozco de muchas escuelas que faciliten nociones básicas, no comunicativas, de
catalán o euskara o gallego, siquiera por inculcar en los futuros adultos
civiles una comprensión íntegra de lo que es España en el siglo XXI. Tanto como
podría ejercer su dominio, y el Estado no profundiza en la riqueza cultural de
las lenguas vehiculares del tinglado autonómico español, perdiendo así una
herramienta poderosa de armonización social. Es como si, por dejación, alentase
el despegue de la diferenciación que se propugna desde los nacionalismos. Gran
paradoja. De ahí a diferenciar presupuestos sólo media un paso.
El conocimiento de las culturas estatales
facilita la cohesión social y elimina esos esquemas torticeros que aparecen en
las discusiones de sobremesa en las que no solamente se habla de fútbol o de
famosos rosas. De ahí que parezca mentira que aún debamos argumentar cómo se
hace para convivir con justeza.