viernes, 26 de septiembre de 2008

Otoñal nostalgia



Leído, tal cual, en Wikipedia: “En sentido figurado, representa la vejez. Durante el otoño, las hojas de los árboles caducos cambian y su color verde se vuelve amarillento, hasta que se secan y caen ayudadas por el viento que sopla con mayor fuerza. La temperatura comienza a ser un poco fría”. Ya se acercó, demasiado, el otoño. Tanto, que finalmente irrumpió sin apenas ruido. Lo venían anunciando las hojas caídas.
Me pregunto si también los árboles que flanquean el caminar de mi vividura se están desprendiendo, lentamente, de su materia quebradiza. No fue sino hace una semana que me sentía tan joven. Aquí mismo lo escribí, en esta vertical columna del DV. Y sin embargo, ante ese trocito de enciclopedia, arriba reseñado, leído con especial cuidado, siento con no poco espanto que hay un otoño, aún columbrado en lontananza, dentro de mi vida.
Me pregunto también, para cuando el otoño me alcance, qué diré que hice todos estos años. Cómo describiré que fue mi vida. Por alguna parte leí que las más bonitas y valiosas son como pompas de jabón. Libres y ligeras, frágiles y vulnerables, tiernas y suaves, transparentes y auténticas, originales y creativas, divertidas y risueñas, sencillas y naturales, puras e ingenuas, mágicas y bellas, sensibles y delicadas, humildes y discretas, tímidas y secretas, inquietas y curiosas, seductoras y misteriosas, agradables y respetuosas, solitarias y silenciosas. Redondas como un mundo de ilusión. ¿Acaso ha sido así la mía? ¿Por alguna circunstancia mi vida viene siendo así?
Yo no lo sé. Aún no lo sé. Pero es cierto que me miro al espejo y por fin reconozco al hombre que tiempo atrás tanto me gustaba ser. Cuántas veces pienso por qué motivo tuve que encarcelarlo dentro de mí. Desde ya no recuerdo cuándo. No puedo sino suspirar con resignación. Los fracasos de la vida, como en tantas ocasiones, producen efectos devastadores. Pero también pueden dejar, para cuando nos alcance el otoño, la más bonita de las elegías.
No lo digo por retórica. Conozco un ejemplo muy concreto. En la calle donde vivo habita un hombre desconocido que sueña con un amor perdido tiempo atrás, en la primavera de su vida. Este desconocido es un hombre solitario, olvidado, que busca desesperadamente a una mujer de cabellos otoñales, de quien todavía se encuentra profundamente enamorado. Él no lo sabe, o ya no lo recuerda. Pero esa mujer es un cielo. Porque cielo es como llaman a quien todo lo cubre. Él vive su otoño muy apaciblemente. No deja, cada noche, de darle cuerda a su reloj de pulsera, donde avanzan las horas que él quisiera haber detenido hace mucho, mucho tiempo. Antes de dormir, o al menos eso me dice, cada noche, piensa en ella. Cuenta, también, que la conoció una primavera…