La ciencia continuamente analiza las ideas que surgen en su
ámbito. Lo hace mediante un intercambio continuado de exposiciones científicas
entre equipos o investigadores que, con frecuencia, compiten entre sí. Siempre
en aras del rigor, la exactitud, la veracidad. Algunas veces, esta tarea llega
al público. O afecta a la economía. Incluso polariza el debate político y las
informaciones de los medios de comunicación. Todo deja entonces de discurrir
por los lentos cauces de la ciencia. Todo comienza entonces a chasquear como un
látigo que corta el aire. Las noticias, pues ya ni siquiera son informes o
análisis, circulan a vertiginosa velocidad desde un extremo del debate al otro.
Algo así es lo que ocurrió en las últimas décadas respecto a
los asuntos de la salud humana. Últimamente, parece que este fenómeno tan indeseable
ha encontrado en el cambio climático su fuente nutricional más importante.
Echen un vistazo a los tópicos que con mayor frecuencia pueblan las páginas de
los diarios. De repente nos preocupamos por el deshielo en Groenlandia, la
violencia de los huracanes, el enfriamiento aparente de los océanos y los
enormes impactos que, sobre la biología en general y los humanos en particular,
han de ocurrir en años venideros.
Al final, lo que produce este debate abrupto no es sino
distracción hacia aquellos aspectos sobre los que sí se discute, y mucho, en el
mundo científico. El público apenas percibe el importante acervo de puntos sin objeción.
Una parte sustancial de responsabilidad se encuentra en el oportunismo
político, cómo no, que etiqueta enseguida como propios aquellos mensajes que le
interesa trasladar a la ciudadanía. Qué lamentable.
No es impermeable la comunidad científica a este fenómeno. Los
artículos especializados se suceden con rapidez, refutándose unos a otros, e
impidiendo que el espectador vea este peregrinar no como una evolución de la
necesaria objetividad científica, sino como una proliferación inaceptable de
opiniones contradictorias. En muchas ocasiones, son los propios investigadores
quienes, incapaces de diferenciar entre lo que está bien estudiado y lo que
permanece aún en la incertidumbre, ayudan a extender una sensación de
descontrol generalizada. La cuestión climática ha llegado a un punto muy extraño
de opinión instantánea y de alarma social. Convendría responsabilizarse un poco
más a la hora de comunicar cualquier cosa.
Políticas ya hay en marcha. Cualquier número del BOE contiene
medidas, o disposiciones, o ayudas para asuntos relacionados con esta cuestión.
Nadie dice que vayamos a resolver con ello lo del cambio climático, imposible aunque
se articulasen en todos los países del planeta. Pero al menos produce
sensaciones positivas. Grande alivio.