Leí recientemente en Diario Vasco un
artículo donde se hablaba de los problemas de adaptación de los niños
superdotados. Afirmaban los expertos que éstos han de poder desarrollar
plenamente todas sus extraordinarias capacidades si realmente desean llevar una
vida provechosa y feliz. Pensaba entonces en la importancia que cobra en
nuestra sociedad el correcto desarrollo de las capacidades humanas. Y no
solamente en la etapa escolar o universitaria.
Este asunto de la inteligencia aparece
en la prensa que usted lee en muchas y diversas manifestaciones. Habitualmente
asociada a personas concretas de brillantez incontestable, cuyas inteligentes
aportaciones genera disfrute y avance al resto de individuos. Almodóvar,
Antonio López, Fernando Alonso. Ponga el ejemplo que guste. Tanto es así, que a
todos nos gusta demostrar la superioridad de nuestro Cociente Intelectual,
tengámoslo brillante o no. Fue un francés, Alfred Binet, quien pretendió
estudiar la inteligencia humana midiendo la capacidad de comprensión,
razonamiento y juicio. Como si éstos fueran innatos e inmutables, como esas
cualidades de las que hablan los horóscopos. Sin embargo, el talento necesita
de un adecuado entrenamiento. Nuestra inteligencia es genética en un cuarenta y
ocho por ciento. El resto lo hace el entorno y la educación. Un entorno y una
educación que, como bien saben los profesores y pedagogos, permite el
desarrollo no solamente de un tipo exclusivo de inteligencia, se de múltiples
cualidades intelectuales. ¿Acaso no era inteligente Shakespeare, de admirable
capacidad lingüística? ¿Alguien negaría la inteligencia musical de Ella
Fitzgerald?
Si usted hubiera nacido patito,
aprendería a sobrevivir imitando los movimientos y comportamientos de su madre.
La diferencia entre el ser humano y el patito estriba en que usted elige qué y
a quién imitar. Y conforme vaya superando los sucesivos modelos que imita,
elegirá otros nuevos, movido por el deseo de ver realizado su potencial
intelectual. Es ésta una inteligencia que se puede ir desarrollando a lo largo
de la vida. Cada vez disponemos de mayor calidad y cantidad de vida. Podemos
plantearnos retos sucesivos a lo largo de nuestra existencia. Quizá no
lograremos sobresalir en ninguno de ellos, pero al menos podemos intentarlo. El
problema estriba en que, cada vez más, asimilamos y buscamos más activamente
entornos de escasa o nula exigencia intelectual. La tele. El fútbol. Port
Aventura. Dulcificamos el rendimiento de nuestra mente, en busca de una
placidez de pereza absoluta. Nos alejamos del modelo renacentista, Leonardo da
Vinci, y abrazamos la esencia del patito que nada por el río. Elegimos, por tanto,
nuestra irremisible muerte intelectual. Qué lástima.