jueves, 3 de mayo de 2007

La Bella Desconocida

Es el nombre evocador con que se conoce a la catedral de Palencia, la ciudad que me vio nacer. Hace un par de días, en el primero de mayo, durante el silencio habitual de las mañanas festivas, un antiguo edificio del casco urbano de esta pequeña ciudad se derrumbó. Las usanzas y construcciones humanas son causa bastante frecuente de accidentes y de muerte. Lo que hacemos como género humano forma parte de las alteraciones del planeta. No hablaré en esta columna de responsabilidades medioambientales. Trataré esos temas en alguna otra ocasión. Hoy simplemente me apetecía decirles cómo llamamos los de Palencia a nuestra catedral gótica. Y de paso, explicarles que unas veces el ser humano es causa de los cambios que se producen en la naturaleza, y otras es un sufriente más de los cambios que se originan en el entorno en que vivimos. No conviene olvidar que formamos parte del reino animal en este pequeño planeta azul. Somos una pieza más del medio natural, vivo o inerte, y por encima de nuestras inquietudes socioculturales, tanto si lo advertimos como si no, nuestro destino se encuentra vinculado al del planeta.
La semana pasada concluí con un volcán submarino que lucha por emerger al sur de Chile. En esa zona del mundo la población se despierta alterada por movimientos sísmicos parcialmente potentes, transita los días bajo la alerta de un tsunami devastador, y se conciencia de su propia pequeñez ante tan terrible fenómeno. Hace muy pocos días, los informativos de las principales cadenas de televisión proyectaban las imágenes impresionantes de las últimas erupciones del Etna, el mayor volcán activo de Europa y la montaña más alta de Italia al sur de los Alpes. Desde hace unas semanas, expertos apícolas alcarreños han descubierto que la merma mundial de abejas viene causada por un parásito que ataca el aparato digestivo de estos insectos, provocando desequilibrios ecológicos aún no suficientemente estudiados. Y si no le basta, suscríbase a los informes de la NASA sobre asteroides potencialmente peligrosos. El impacto de uno de ellos causó la extinción de los dinosaurios, permitiendo que fuese el Homo Sapiens quien mucho después dominase tierras y mares.
Pero no se inquieten. Unas pocas frases no son motivo para alarmarse. Se trata solamente de un ejercicio dialéctico que deseaba compartir con mis lectores. Nuestro destino como especie animal será el que tenga que ser. Mientras tanto, continuemos cobijándonos del futuro irremisible en alguno de los muchos lugares transidos de silencio, cultura y asombro que el ser humano ha sabido crear. Por ejemplo, bajo la elegante crucería de las bóvedas de La Bella Desconocida, de cuyo invariable recuerdo nunca he querido desprenderme.