La semana pasada concluí con un volcán submarino que lucha por emerger
al sur de Chile. En esa zona del mundo la población se despierta alterada por
movimientos sísmicos parcialmente potentes, transita los días bajo la alerta de
un tsunami devastador, y se conciencia de su propia pequeñez ante tan terrible
fenómeno. Hace muy pocos días, los informativos de las principales cadenas de
televisión proyectaban las imágenes impresionantes de las últimas erupciones
del Etna, el mayor volcán activo de Europa y la montaña más alta de Italia al
sur de los Alpes. Desde hace unas semanas, expertos apícolas alcarreños han
descubierto que la merma mundial de abejas viene causada por un parásito que
ataca el aparato digestivo de estos insectos, provocando desequilibrios ecológicos
aún no suficientemente estudiados. Y si no le basta, suscríbase a los informes
de la NASA sobre asteroides potencialmente peligrosos. El impacto de uno de
ellos causó la extinción de los dinosaurios, permitiendo que fuese el Homo
Sapiens quien mucho después dominase tierras y mares.
Pero no se inquieten. Unas pocas frases no son motivo para alarmarse. Se
trata solamente de un ejercicio dialéctico que deseaba compartir con mis
lectores. Nuestro destino como especie animal será el que tenga que ser.
Mientras tanto, continuemos cobijándonos del futuro irremisible en alguno de
los muchos lugares transidos de silencio, cultura y asombro que el ser humano
ha sabido crear. Por ejemplo, bajo la elegante crucería de las bóvedas de La Bella Desconocida ,
de cuyo invariable recuerdo nunca he querido desprenderme.