jueves, 10 de mayo de 2007

Música, maestro

El martes regresé al Kursaal. El programa del concierto de la Orquesta Sinfónica de Euskadi era lo suficientemente apetecible como para desdeñar un par de entradas que, por invitación, encontré sobre mi mesa. Como suele ocurrir en ocasiones tan extraordinarias, las dos horas de música me produjeron tanta satisfacción como asombro. Siempre me ha atraído la maestría de los músicos, el virtuosismo de los solistas, el trabajo del director. Y todos estos parabienes confluyeron en el auditorio del Kursaal para mi mayor goce y placer. El mío y el de todos los espectadores que participaron de esa magia creadora y universal que sucede siempre que la música llena los espacios. Me dejó estupefacto el hecho de que algunos espectadores se levantasen de sus asientos, seguramente con ánimo de irse a cenar, justo al cierre del último compás. Daba la sensación de que no tenían otra preocupación que irse, cuando los pasillos aún estaban desiertos, una vez que el concierto, tal cual se anunciaba en el programa, había finalizado. Mala costumbre, expresión de indiferencia hacia los músicos, robándoles el reconocimiento sencillo del aplauso. No había visto anteriormente nada parecido. Pero no quiero quedarme en ese detalle que, en definitiva, identifica los usos y costumbres de unos pocos. Prefiero seguir dejando que la música susurre su inolvidable impronta en mi memoria.
Siempre me ha gustado la música. Aprendí como autodidacta y con ese poco me basta para hacer algunos pinitos. Desde joven he intentado invocar esa capacidad que tenemos todos: la creatividad. Hacer cosas. Intentar. Probar. Vivir. En el ámbito que sea. Escribiendo. Componiendo. Dibujando. Filosofando. Charlando. Sintiendo. La evolución nos ha provisto no solamente de inteligencia, sino también de curiosidad. Creamos incluso cuando nos preguntamos cómo es el mundo. Las cosas que pasan fuera y dentro de nosotros suscitan interrogantes, y nuestro anhelo más profundo suele ser querer responderlos. Así es como se materializa el compromiso humano consigo mismo. Las preguntas son más importantes que las respuestas. Algunas veces me dicen si pienso realmente que la ciencia sea capaz de resolver todos los enigmas, antes o después. Yo respondo que probablemente sí, pero que ello no implica que sus soluciones sean las que todos los seres humanos necesitan. Cada cual es libre de optar y decidir qué explicaciones son las que mejor y más convincentemente le seducen. Unos las hallarán en la ciencia, otros en la religión, otros en la filosofía, o en lo onírico… Ni siquiera son del todo excluyentes. Como no lo es la experiencia de la música, por ejemplo. ¿Acaso no es verdad que cada uno la sentimos de un modo distinto?.