viernes, 25 de octubre de 2024

Cariblanco augustado

La política española es el circo donde Pepé y Vox compiten para ver quién hace de cariblanco y quién de augusto, sin saber que ambos lo único que hacen es, en realidad, el ridículo. Nuestra pesadilla monclovita maneja a su antojo los hilos de su partido, de su bancada, de su tele, de sus aliados, de su mujer y no me equivocaría mucho al decir que también de su querida. El Pepé está perdido en el espanto de no saber enfrentarse a un cínico inverecundo porque, lo que en verdad le gustaría, es tener delante al del voxeo y sacudirle estopa mientras pende de una soga. Solo una ayuso tiene clara la jugada: el gallego, insípido como un té verde sin azúcar, ni tiene bemoles para dirigir el país, ni sabe escuchar a los que lo votaron. Quisiera enviar a la hoguera a su doncella orleanesa, pero no desconoce que eso también lo quiso el insulso de su antecesor (y acabó como acabó, por teodorizarse demasiado). Perdida la iniciativa en una batalla política a la que no se puede llevar las armas con que sestean sus señorías en el hemiciclo mientras alguno habla, el gallego se ha puesto el traje de enterrador de su propio partido, convirtiendo a los de la gaviota en un muermo tan atractivo como un documental de tres horas sobre la cría del congrio en aguas salitrosas. 

Por detrás del gallego este que, en su afán de modernizarse, incluso se ha quitado las antiparras, trasciende (pero poco) un tipo que se jugó la piel en sus años de mocedad y, de repente, con la epidermis a cubierto, ha necesitado envolverse en el santo sudario para que los opusinos y cristoreyanos de su entorno lo toleren. Han ayudado tantas veces al fulero monclovense en las votaciones, incluso leyendo las leyes que han de votarse, que se recogen en el fragor de una batalla que no saben ganar y dejan que los jueces les despejen el camino. Entre tanto disparate, es fácil al fulastre mayor del reino que desearía república dejarlos en evidencia. Tan sencillo como llevarse una cosa inútil en las rebajas de enero. La erótica política del gallego es tan inexistente como la terraplanicie y lo del otro es puro radicalismo bordado en estofa de la mala. Por supuesto, el inmodesto malandrín no acaba de perder el terreno que al gallego de la inutilidad orgánica produce descalabros tanto en sus pesadillas como en sus intervenciones. Cuando se inventó lo del Verano Azul, creo que pensó en convertirse en Chanquete, porque no se entiende de otro modo.

Vale. El Pepé ganó, por poco, y el gallego perdió el palacio por no entender nada de lo que sus votantes necesitaban. Rodeado de huestes de poco calibre, repleta la tropa de neosociatas camuflados, y con el único cañonero del partido (la ayuso) asaltado tanto por el iracundo impresidente (que no puede con ella) como por los correligionarios (ponlos cuerpo a tierra, maja, que son blanditos), con la única mente aguda (la cayetana) relegada a mamporrear a un pobre diablo ajusticiado en su ministerio por correveidile, este señor insulso (el gallego, me refiero) tampoco va a llegar, como no llegó el de Palencia. Y mejor que no llegue. 

viernes, 18 de octubre de 2024

La limpieza en política y otras leyendas urbanas

Recapitulemos. 24 de febrero de 2015 (cuánto tiempo ha pasado: madre mía). Debate del Estado de la Nación. Pedro Sánchez proclama: "Yo soy un político limpio". Aún no había alcanzado la tajadura, claro.  Un prístino héroe de acción. Hoy viene necesitando detergente industrial. Inmarcesible, exclama: "El que la hace, la paga". Un inmaculado justiciero de última hora. El villano de turno es el mismo Ábalos al que nuestro héroe justiciero sostuvo como ministro año y medio tras lo de Delcy, la otra villana por quien la prohibición de la UE de adentrarse en suelo europeo resultó ser desconocida para el infatigable héroe, que lo permitió cuando ya se hallaba en el garlito de los nepotismos muchos. 

El albo traje impoluto del gran monclovita se ha ido volviendo de un color más... digamos, de la gama del barro. Manchas que no solo las ha salpicado el villano: también varios ministros, dirigentes (la presidenta del Congreso, sin ir más lejos) y hasta su begoñísima esposa por quien vive enamorado (líos de faldas aparte) y para cuya elegía precisó de cinco días, que aprenda Dios que necesitó seis. 

Pero sigamos con la tragicomedia. Lo del "caso Koldo" obligó al villano a refugiarse en el Grupo Mixto. La narrativa oficial habla de un héroe "engañado y traicionado" por uno de los suyos, convertido al lado oscuro. Los jedis siempre acaban o muertos o siendo malos. Lo del villano, no obstante, es mucho más interesante que lo del héroe justiciero que lo defenestra a una isla desierta de desamparo y resignación: no me digan que lo de Delcy en Barajas no es digna de una película de espías, aunque espías de poca monta, con intercambio de lingotes dorados amazónicos mediante, y el héroe estafado de repente embestido por un muy conveniente ataque de ceguera y de amnesia (cuando no de incompetencia). 

De momento, la tragicomedia carece de epílogo. El último proviene de un pacto suscrito por el justiciero con unos verdugos. El antaño etarra orientaba a su huestes: "si para sacar 200 presos hay que votar a favor de los Presupuestos, pues votamos". El héroe de acción tomaba nota, el justiciero incansable hallaba nuevos derroteros nunca antes explorados (por miedo, por precaución, por vergüenza...). Mejor un pacto, por vergonzoso que fuere, antes que la pérdida del palaciego. 

Quedamos a la espera del desenlace. Casi diez años van transcurridos.

viernes, 11 de octubre de 2024

Sálveme yo, que usted no puede

El martes pasado fue un día digno de efemérides. Esa jornada, nuestro impresidente y su corte de turiferarios, selectos devotos cuya transcendental pericia parece ser el palmoteo, hubieron de enfrentarse a una calamidad tras otra. Por un lado, los tribunales decidieron seguir adelante con la investigación sobre su inefable esposa, la presidenta que dice algún vasquito sin demasiada sinapsis en el cerebro, pese aquello de que no es no, ¿o sí es sí? No me he enterado… Ibidem, es decir, también en el palacio monclovita (causa última de las demencias en que acaban incurriendo sus moradores: debería destinarse a otro empeño) resonó las consecuencias de que un mediador estrella, tal vez también estrellado, fuese detenido por fraude millonario al fisco (casi doscientos milloncejos de lereles, que se dice pronto). 

Por supuesto, la capacidad de negación del chulo que nos desgobierna es casi tan desproporcionada como su iracundia, según cuentan los afines que se atreven a largar. En eso consiste ser sociata hoy: en solidarizarse hasta la sepultura con la enajenación vesánica de quien ha usurpado las siglas, el concepto y hasta la enjundia toda de eso llamado izquierdismo. Los socialistas de toda la vida piden que acabe esta esquizofrenia. Los de ahora, los votontos, ríen con cada ocurrencia vil del abyecto tirano (y tiene muchas, imposible recordarlas todas a bote pronto).

Es lo que sucede cuando nos desgobierna una camarilla de individuos cuya idoneidad para la cosa pública es equiparable a su habilidad para la felicitar al contrario. Ninguna. Entre insultos cruzados y gestos grandilocuentes, se han olvidado de una pequeña cosa llamada democracia, esa que supuestamente se basa en algo más que el nepotismo, el aseguramiento de cargos y prebendas, o la contratación de empresas afines surgidas de la nada (eso sí, pandémicamente opulentas). Todo eso ha ocasionado la pérdida de cualquier rastro de inteligencia en el panorama interior, y de influencia internacional, si es que alguna vez la pudimos haber tenido desde la irrupción zapateril en el coso parlamentario. Véase la gestión de la inmigración ilegal, ejemplo prístino de deshumanización, capaz de dejar boquiabiertos incluso a los más cínicos, o el origen de la misteriosa fuerza psíquica que obligó al innombrable monclovés a reconociera¡ unilateralmente el Sáhara como parte de Marruecos, pasando olímpicamente de las resoluciones de la ONU, que tampoco es un lugar excesivamente lúcido en lo conveniente. 

Lo de la inteligencia interior creo que se esfumó el día en que el chalado palaciego moncluense decidió cometer pucherazo en las urnas internas que, después, aciago despropósito, los afiliados celebraron con estrépito eligiéndole a él, precisamente, y encasquetándonoslo los simpatizantes que bobotantes como son, no han tenido reparo en convivir con los ecos de los asesinatos etarras o la insolidaridad catalana. Con delincuentes y prófugos de la justicia, qué se puede hacer, se preguntará usted. Solo una cosa: sobrevivir el tiempo que sea necesario entregando cuantas gabelas y servidumbres sean exigidas, porque lo de gobernar es un verbo tiempo ha olvidado. Aguantar como sea. ¿Cuál era el título de ese libro que nunca escribió? ¿Manual de resistencia? Como lo sigan otros que le sucedan, vamos a estar apañados. 

Sea como fuere, el naufragio es inevitable. Y hay botes suficientes para salvar a la tripulación.


martes, 8 de octubre de 2024

Israel tras 365 días

Un año ha transcurrido. Como viene siendo habitual en nuestro moderno mundo, tan aquejado de demencia frontotemporal, parece que sucedió hace mucho, mucho tiempo. No ayuda la terrible (y muy lamentable) confusión que se ha adueñado de la pulcra narración de los hechos. Hace un año que Hamás, ese amable (en boca de algunos) grupo terrorista pro-palestino, se dedicó a asesinar a ciudadanos israelitas a sangre fría, a descuartizar bebés, a violar y apalear a mujeres jóvenes de ese país, a dotarse de rehenes y parapetarse tras ellos como medio de los túneles de Gaza. Un millar muy largo, dramáticamente largo, de víctimas israelíes perecieron de la forma más horrorosa, cruel, despiadada y sanguinaria en que un ser humano puede perecer. Este hecho, que debería ser comprendido, aseverado y objetivado de manera precisa, se ha visto, no obstante, sumido en el discurso antisemítico cada vez más habitual de nuestro insufrible mundo actual. Uno diría, en un acto de prístina lucidez, que la infausta suerte de tantos inocentes habría de concitar el desacuerdo ante el oprobio vivido, que su aciago los haría merecedores de poder desvincular su memoria de la simpatía o antipatía que nos pudiese suscitar el gobierno del país en el que vivían. Pues no. Todo lo más, han sido vinculados con incoherente ternura (tan falsa como hipócrita) a la sedicente desdicha de los ciudadanos palestinos, equiparando con ello su destino como pueblo (un destino elegido por sus líderes en tiempos no tan antiguos, cuando estos practicaban también el terrorismo) con las atroces muertes de quienes perecen como consecuencia de una saña ciega e iracunda, que no distingue personas ni ideas, ni destinos ni orígenes. 

Por patético que pueda parecer, contemplado ya con ocelos extraterrestres porque una parte no ínfima de terrícolas hace tiempo que hacen ojitos a las consignas palestinas con independencia de que sean prudentes o no, este cáncer se ha extendido de forma parecida a como prenden los regueros de pólvora, y no debemos situarnos lejos de la ecpírosis final. Nuevamente, y es lastimoso contemplarlo y, peor aún, afirmarlo, parece que cada ciudadano israelí necesita definirse frente a los demás. Es imposible comprender el empeño de buena parte de las élites políticas del mundo occidental, esas que no dudan en arrastrar a las cobardes masas gritonas de siempre, cada vez prolíficas en su beligerancia, en adoptar adoptado como suyo el mensaje que unos terroristas sin escrúpulos lanzan al orbe siempre que tienen oportunidad, incluyendo en él una relación contable de sus infamias. Desde estas páginas hace tiempo que vengo denominando como tontos de solemnidad a quienes así se comportan y definen, pero todavía no he analizado la causa de tanta majadería que, si solo fuese estupidez, por mí bien habría de quedar en esa circunstancia: el problema es que se trata de una aberración que, por desgracia, la Historia ha concitado en más ocasiones de lo que sería aconsejable.

Finalmente, tras un noviazgo pleno a lo largo del cual la novia (o el novie) ha ido concediendo más y más audacias al antropoide novio. El fundamentalismo islámico y la progresía woke han arribado a una coyunda cuya intención de procrear es, curiosamente, la de destruir: destruir los derechos humanos, las libertades, el pensamiento racional... todo eso que espanta a los infectos novios. La corte de este bodijo nauseabundo se completa con no pocos organismos internacionales que, de serviles, se han convertido en rameras, incluyendo oenegés y no pocos medios de comunicación. Uno cree, aunque sea de pazguatos creerlo, que todo cambiará el día del futuro en que los asesinos islamistas se dediquen a masacrar a esta panda de bobalicones de progresía errática, y espero que no suceda porque primero nos hayan exterminado a todos los demás. Todos sabemos que la santa yihad no distingue entre unos infieles y otros, es una ley que yace entre las tinieblas de un medievo retrógrado que solo admite la sumisión como precepto. 

No sería mal epílogo contemplar cómo Isarel acaba con todos ellos (ya que los demás hemos decidido quedarnos de brazos cruzados, o sentados al paso de su bandera, como hizo aquel imbécil forrado con el oro del Orinoco).