viernes, 20 de septiembre de 2024

Tras dos años sin el Sr. Marías

Yo siempre admiré a su padre, don Julián, un filósofo que, mucho antes de serlo, fue espectador y crítico de cine. Discípulo de Ortega y Gasset, y uno de los mayores intelectuales españoles del siglo XX. SU maestro afirmaba que "ver es pensar con los ojos", tal vez por ello encontraba el filósofo, en las pantallas de los cines, materia donde ampliar su entendimiento. Nunca admiré al hijo, don Javier, como escritor. O, al menos, no como escritor de novelas. Admito que me gustaban, y buscaba, sus ensayos a medio camino entre la columna y la contribución periodística. Pero sus novelas, no: ninguna. Alguna vez acudí a los críticos literarios en busca de lucidez, de iluminación, de discernimiento, inteligencia, sensatez, penetración, clarividencia. Todo fútil. No encontré sino obviedades, fruslerías y nimiedades, a menudo presentadas de una manera incluso más enrevesada que las propias digresiones de don Javier. 

Por algún motivo ignoto, al menos para mí, siempre sostuve que don Javier, el Sr. Marías, a quien muchos consideraban el mejor novelista español de la democracia, era incapaz de novelar adecuadamente. Sus muchas páginas contenían errores garrafales de puntuación, sintaxis con más de ricia que de riqueza, adjetivaciones torpísimas, lugares comunes y una enormidad de frases hechas, amén de muy escasa profundidad en sus continuados (y, al parecer, muy valorados) excursos. Todas las novelas que de don Javier leí presentaban una desorganización excesiva y una narrativa sin perspectivismo alguno, ninguna de ellas estaba escrita en tercera persona (cosa que, en sí misma, no es un desacierto), y, como sucede con otros escritores de igual o mayor éxito, caso de don Arturo, con una deplorable construcción de personajes y circunstancias. La cuestión, así abordada en mis adentros, no carecía de interés: me intrigaba sobremanera cómo era posible que el ensayista a quien más admiraba (como columnista) ofreciese una prosa tan sumamente torpe, reiterativa, incorrecta y, al menos para mí, inhóspita. Me resultaban incómodos los anacolutos, agraces las confusiones semánticas, irritantes las expresiones de mal gusto en una narrativa bastante parva y siempre entreverada de disquisiciones, cuando no se transcripciones literales de otros libros, propios o ajenos, incluidas las guías de ferrocarriles.

Admito que, muy probablemente, todo ello que en su momento me parecía desolador, para muchos resultase argumentos sólidos con los que proponer a don Javier al Nobel de literatura, cosa que yo hubiese secundado si toda su producción literaria estuviese contenida en sus ensayos y artículos dominicales, no en sus novelas, y mitigando con esfuerzo -eso sí- la indignación que me generaba su oposición a que tan celebrado galardón le fuese concedido a don Camilo. Mas todo esto son arrumbaciones que, en su momento, pudieron cobrar sentido. Hoy en día todo es muy distinto, porque el Sr. Marías salió triunfante y laureado de la lid que aquí expongo. La calidad literaria de los exponentes de la literatura superventas en nuestro país está más enrielada hacia las peripecias de don Javier que a las narrativas del mencionado gallego, o del vallisoletano Delibes, o incluso de la etapa de madurez del catalán y marraquechí Juan Goytisolo. Ha de tenerse en consideración que cuando el Sr. Marías se consolida como novelista, allá por la década de los 80, la piel de toro vive con exceso las experiencias lisérgicas de la movida, del aperturismo, del destape, y él, como creador literario, aventura una prosa muy alejada del estilo, el tono y el ritmo cadencioso de los grandes nombres totémicos, transidos en el realismo obsoleto, el vanguardismo extemporáneo, el tremendismo arcaico. De ahí que los años acabaran por convertirlo en un símbolo casi antisistema que había conseguido desbaratar el conservadurismo (no político, sino literario) de cuanto había sido hasta ese momento admirado dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Don Javier, desde ese momento, se volvió omnipresente. La crítica, que ya no se ejercía en los libros o en los diarios, sino en los suplementos culturales de estos, especialmente los fines de semana, lo había aupado a un empíreo literario con más de nirvana que de ascesis. De tajamar del contrapoder  a erigirse en poder, fue todo uno: rápido, veraz, casi aclamación. De cada nueva novela brotaban docenas de reportajes en prensa, radio o incluso televisión. Se convierte en columnista de primeras páginas, como su amigo el Sr. Pérez-Reverte, guion interpuesto, académico igualmente, de cuando en la Academia dejan de proliferar los filólogos para enturbiarse de escritores. En lo que no se convierte es en un buen escritor. Pero qué más da: su estilo, tan peculiar como entecado, es devorado por miles de lectores y adeptos (unos y otros no siempre coinciden, aunque ambos agiten por igual el turíbulo de su litúrgica prosa). Insisto en que, a mi entender, descuella en sus artículos suplementales, tal vez porque desde ellos se erige en un entrañable cascarrabias, repasado de todo, donde arremete contra el feminismo moderno o las redes sociales o la política. Muchos son quienes encontraron en estas usanzas suyas estigmas, cuando no el resemblar de una época periclitada, tan caduca como la que él coadyuvó a derribar cuando aún lucía melena en su cabeza. En todas partes proliferan gentes que saben adaptarse a las modernidades provengan de donde provinieren, ya se sabe. 

Las estanterías de la Fnac y similares engendros están repletas de autores vivos con muchísimo menos talento que don Javier y, posiblemente, idéntica o superior fortuna. El Sr. Marías podía permitirse vivir (y muy bien) de lo que vendía. Que escribiese con mejor o peor tino, a juicio de quien esto suscribe, es casi lo de menos. Lo determinante es que ya han transcurrido dos años sin su presencia y el mundo sigue girando: el literario y el antiliterario, que tanto denostaba. Futbolistas, youtubers, influencers y demás famosetes también perecerán, llegado el momento, y para entonces los centros de datos de todo el mundo se habrán colmado de tanta basura que solo algunos nostálgicos recordarán sus nombres. Todo permanece en los centros de datos: sus residuos son como capas geológicas compuestas de arenisca o sílice superpuestas unas con otras. Solo lo reputado, aunque no sea conocido, permanece en las bibliotecas. Díganme quién será olvidado más deprisa.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Arderá el toro

En mi psique,  hace tiempo que los estragos de la política son sábanas oreadas por un céfiro apacible que sopla no desde poniente, como un favonio, sino desde levante, por ser aquello que pretende impregnar cada día el aire que respiro con sus efluvios corruptos. Si, primero, me desentendí de los más afamados deportistas y cantantes y actores, todos muchomillonarios porque este mundo está hecho así de mal, y posteriormente me desentendía de escritores y músicos y artistas, al advertir que eran parte alícuota de una industria exactamente igual de grosera que lo anterior, ya solo me quedaba la política, los devenires que nos azuzan a los ciudadanos y contribuyentes (sobre todo a estos últimos).  Ahora que vivimos tiempos de drama casi litúrgico por todas las costuras del ancho orbe, lo que nos sucede en la piel de toro es más esperpento que sainete, aunque tenga un poco de todo, como bien lo atestiguan las continuas expectoraciones de los muchos lameculos, fidelísimos, turiferarios y cobistas que se plegan a los designios del más horripilante y zafio patán que nunca pudo pisar el palacio monclovita. Gobernar, no gobierna. Se mantiene. Y mientras duren los torcimientos de la rueca, seguirá colocando nepotes y engrosando las cuentas bancarios de su mujer, su hermano, su cuñada, sus amigotes de la infancia, sus amantes, sus sirvientes y sus tontos del culo, siendo estos últimos los más necesarios, solo un punto por debajo de los bo-votantes (bo-votontos, es acepción igualmente válida) que depositan la papeleta con su nombre en cualesquier urnas, así arranque su piel (y la de los demás) a tiras. Qué más da. Yo soy sociata porque el mundo me hizo así, ¿verdad?

En mis meninges, hace tiempo que este país se fue a la mierda. Exactamente el 11 de marzo de 2004, cuando los bombazos en los trenes de cercanías de Madrid llevaron a la presidencia a ese imbécil primigenio que lleva por segundo apellido Zapatero, que muchos creían la reencarnación de un cervatillo y que ha resultado ser un funesto espécimen por su abyección y vileza. Desde entonces, por malignos que fueren (para ser gobernante hay que ser malvado en buena parte, lo tengo clarísimo, porque una parte de la población jamás aceptará lo que promulgue y en su ánimo anidará cada vez más la revancha), no ha habido un solo monclovense listo, inteligente o ecuánime. Y tras el chuloputas que hay ahora, tampoco vendrá ninguno con los muebles bien pertrechados (sí, estoy mirando al gallego), salvo que acceda alguna ayuso si es capaz de no entorpecerse con cuestiones cutres de novios aún más cutres. Pero antes de que tal cosa suceda, hay que desalojar a ese partido gobernante que no deja de parecerse cada vez más a una banda mafiosa para quienes la convivencia de todos los españoles es una razón por la que descojonarse de risa. De entre todos los derroteros plausibles con que hubieran podido incardinarse los politicastros sociatas de hogaño, han elegido (por palmoteo al líder, no por su propio pensamiento, que no lo tienen o, cuando menos, no se observa) el de desahuciar al Estado que les da de comer. Como los virus hacen con los infectados, lo mismo. Lo cual tiene su gracia porque, una vez reconvertida esta pantomima de nación en una miríada de pequeños estaditos todos confederados, ¿para qué queremos la Moncloa y a ninguno de los idiotas que desde las instituciones del Estado le rinden pleitesía, cuando no abierta prevaricación coadyuvante? Es curioso que los sociatas del tinglado ese que medra en Ferraz deban asumir lo que le pasa al cuate de la Begoña por los santos cojones con tal de seguir ahí. Pues nada. Mientras llega la muerte de este Estado cada día más fallido, que aumenten el déficit y la deuda pública y el gasto público y lo que haga falta. Total, el patán ese que no sabe ni escribir sus propios libros ya ha proclamado que correrá el dinero por todas las autonomías como en la Arcadia los ríos de miel. Y mucha peña, esa que denomino bobotantes porque me da la gana, lo cree a pies juntillas. Pues eso. Una mafia aclamada por el pueblo al que esquilma sin rubor alguno y a la que arruina cualquier forma de oponerse a su omnímodo poder: vean, si no, lo que hay en la Fiscalía, en el Tecé, en el Banco de España ahora...

Esto acaba en revueltas por doquier. En violencia. En puro hartazgo de la infame satrapía del chuloputas, sus secuaces, sus lambeculos y bobotantes. O ellos o nosotros, ese será el dilema. La revisión de la España de 1936 en la Confederación de imbéciles y tiktokeros. Ni Europa, ni los jueces: nadie podrá salvarnos de la deflagración que se cierne sobre nuestras cabezas. Porque lo que viene sucediendo es un atropello donde unos pocos, poquísimos, se regocijan, bien lucrados, de nuestras ruinas, y siete millones de imbéciles aún no han despertado de su sueño ideológico. Y no cuenten con el gallego del ojo tierno: no sirve para remediar esto (ningún gallego pepero ha servido jamás). Hemos de ser nosotros.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Hamás, jamás

Andan a tiros en Israel eliminando terroristas musulmanas. Anda Ucrania invadiendo Rusia. Y anda España con su aburrido espectáculo circense, donde enanos y orangutanes dirigen a pachas el tinglado del antiguo cotarro (es un circo donde leones de pacotilla pretenden devorar a los espectadores que contemplan todo lo que pasa con auténtica parsimonia).

Lo del Islam es así. Es la única religión mayoritaria del mundo que defiende una espiritualidad propia y una forma de percibir la realidad del mundo allende (e incluso ajena, en muchas partes del islamismo) las redes sociales, las convenciones progresistas (léase woke), el pensamiento filosófico indolente y las voliciones cambiantes y, lo que es peor, disolubles. Adivinen quién pervivirá de los dos mundos: el suyo o el nuestro. Aquí disfrutamos de un problema demográfico irremediable, ellos acuden en masa a nuestras tierras para frutear y usufructuar y repoblar. Como las nuestras se tuestan al sol en bikini o topless, y las suyas con un hiyab rectificado, consideramos su civilización muy inferior a la nuestra. Tan inferior, que las mocitas de aquí se casan en edades de inhacedera descendencia, y las de allá que vienen acá son jóvenes al devenir abuelas. En cambio, hay más perros y gatos que nunca, y defendemos los derechos de los orangutanes y demás bichos sintientes. En efecto, somos muy superiores: tal vez. El problema es que somos la civilización menguante a toda prisa. Tiene el Islam sus efectos colaterales: algunos están tan enloquecidos que quieren arrasar con todo. Y cuando ese todo coincide con Israel (y su pueblo), muchos en Europa y otras partes declinantes de nuestra avanzada cultura, aplauden o callan. Igual que ha pasado aquí, en la piel de toro, con la ETA. Allí, en Gaza, ha sucedido con seis rehenes israelíes a quienes los mamelucos de Hamás han descerrajado un tiro en la cabeza cuando el ejército los iba a libertar. Pero que esta realidad no impida el disfrute de lo que queda del verano, como es Hamás, y por ahí lo confunden con Palestina, país sin Estado porque no quiso, cosa que también se confunde, y el tema de los palestinos es muy cool para abatir moralmente la superioridad imperialista de los Estados Unidos y las razones de defensa de los descendientes de Sem que una vez conquistaron Sión.

Lo de Ucrania es más complicado. Europa se puso guapa tratando de coartar los emolumentos rusos del gas o el petróleo, pero olvidó que esa guerra se libraba en su territorio, por lo que prefirió seguir defendiendo al lobo que se come a las ovejas y al burro aquel de la burra aquella de la Comisión. Justicia, sí, pero con cuidado. Ni siquiera hubo de enfadarse Valdomero: solo necesitó esperar a que siguieran llegando las peticiones de suministro, cosa que hizo tan campante mientras se deshacía de enemigos, traidores, opositores y lo que él debe de considerar similar ralea.  La sorpresa ha saltado cuando, lejos de verse impelida a una derrota voluntaria que todos parecían apuntar (tal vez por hartazgo de la duración de una guerra que nunca inició, solo la padeció), Ucrania ha decidido darle a probar a los rusos de su misma expansiva medicina. ¿Recuerdan cuando, al inicio de la contienda, se suplicaba por parte de algunos mindundis que los ucranianos se dejara conquistar sin oponer resistencia para no exacerbar la conflagración e impedir que muriese la población? A esto me refiero con lo de declinante civilización del mundo sedicentemente libre.

En España a los rehenes asesinados por Hamás tras nueve meses de cruel cautiverio, los llaman en algunos medios de comunicación, fallecidos. Fallecen, sin más. Debe ser que Hamás los deja morir sin causarles tormento ni tiro en la nuca alguno, al igual que hizo ETA con Miguel Ángel Blanco o el ruso Valdomero y su batallón de abyectos aplaudidores con los ucranianos. Unos matan porque Alá es grande y los infieles minúsculos. Otros porque Euskadi es grandiosa y los demás vascongadamente prescindibles. Y alguno porque es bajito y todos le estorban en su empeño por volverse zar. Por descontado, como sucede en todas partes, las víctimas acaban en el olvido y la indiferencia y los homicidas aplaudidos, homenajeados, exaltados.  Todo esto es sumamente despreciable. Los rehenes israelíes fueron abaleados primero por los miserables terroristas de Hamás, luego por los conciudadanos israelíes que se lanzaron masivamente a la calle a protestar... ¡contra Netanyahu!, y posteriormente por cualquier individuo del planeta que piense, en lo más profundo de su ser, que Hamás existe porque existe Israel y que, mientras quede un solo israelita viviendo en suelo de Judea, es normal que haya judíos occisos.