viernes, 19 de abril de 2024

Lo vasco y la memoria

Uno se da cuenta de lo mayor que es al advertir que vivió determinados sucesos que aún permanecen en la memoria, como si hubiesen ocurrido ayer mismo, cuando en realidad forman parte de unas páginas de la Historia que las generaciones posteriores o desconocen o encuentran plúmbeas. Al parecer, para eterno desasosiego de nuestros padres e incluso de nosotros mismos, los que aún rememoramos ciertos asuntos vívidamente, la época de los crímenes de ETA es uno de tales sucesos. 

A veces me pregunto por qué ocurre, por qué la sangrienta y estólida laude del terrorismo parece aburrir o fastidiar o incluso embromar a muchos. Y no me estoy refiriendo a los hijos e hijastros de quienes siempre profesaron un separatismo de corte vandálico, por decirlo suavemente, como si cualquier terruño del planeta debiera defenderse con uñas y dientes y bombas y pistolas vaya usted a saber por qué, puesto que se trata de apropiarse para sí mismo de aquello donde uno nació o se crió. Estoy, más bien, pensando en los hijos (e hijastros) de quienes un día sintieron en sus carnes el miedo que produce la incivilidad de los terroristas, sus acólitos y demás patulea. Los primeros, se sienten orgullosos de haber derramado sangre ajena por las calles; los contemplamos como los monstruos que son, un hato de sinvergüenzas, viles y detestables, alevosos hasta la náusea, por quienes es imposible sentir la más mínima comprensión por mucho que se esfuercen en reclamar la derechez de su abyecta ideología. Los segundos, por no sentirse amenazados de muerte, parecen haber abrazado con alegranza la transformación de lo repugnante en política, convirtiéndolo en algo parecido a un sedante o barbitúrico que se toma después de la cena, antes de irse a la cama, para poder conciliar el sueño y evitar soñar con todo aquello que una vez produjo pesadillas. Esta, y no otra, es la metamorfosis que ha experimentado la sociedad vasca desde 1981. 

Dicen que ETA ya no mata, y eso es algo que parece justificar el olvido perpetuo de los muertos (muertos hay por todas partes, el planeta en que vivimos es un colosal cementerio de desconocidos exangües, como estaremos todos algún día). La reconciliación. El pasar página. Lo de mirar al futuro. No es tiempo éste para causas épicas, y lo del terrorismo de ETA tiene muy poco de epopéyico, salvo para algunos, como ese nefando ser que ha encontrado en la Venezuela abandonada por el destino su filón de oro (siempre hay un potosí aguardando a que los inútiles se vuelvan pretenciosos), y que se adjudica para sí mismo, con no poco regodeo, la autoría del final etarra. Los suyos, lo aplauden como cierto: pero me pregunto qué murmurarán en las tumbas quienes allí yacen por causa de esos extorsionadores, mafiosos y narcotraficantes que una vez pretendieron ser ejército de salvación de lo vasco y aniquilador de lo español, y ahora quieren hacer reflejar concienzudas y afanosas políticas sociales y medioambientales en los edictos del heredero plagiador de aquel patán de la progenie gótica. 

Tiempos de nueces caídas. Los que se aprovecharon de ello, tanto fruto quisieron recoger, y tan a manos llenas, que acabaron infiltrando en su código genético las terribles mutaciones que convirtieron el nogal en un monstruo aniquilador y despiadado. Miren, si no, al gordinflas ese que acaudilla a las huestes nacionalistas, las mismas que han quedado para partidas de mus o tute en el asilo de ancianos políticos. Los vascos, ante todo, votan a los nombres de los partidos que figuran en las papeletas sin fijarse en los nombres de los candidatos, que hoy mismo son de imposible recuerdo. ¿Quién es Pradales? ¿Quién Otxandiano? Y si la política separatista lo ha entreverado todo, y ya todos, por el simple hecho de hablar vascuence, quieren ser separatistas, ¿no será mejor acudir a las fuentes, por muy teñidas de rojo sangre que se encuentren, y en el ínterin agregar litros de lejía con objeto de potabilizar sus aguas? Total, el indocto de la esposa conseguidora ha tiempo que empezó con la campaña blanqueadora. Solo queda incorporar el suavizante.

Con la sintaxis moderna de hacer política, la elección de un lendakari se disfraza de debate territorial. Las instituciones fueron creadas y funcionan por sí mismas, haya gobierno o no, y casi mejor que no lo haya. Y en eso que llaman debate, el de los territorios vascos, se discute sobre la importancia de la misión mesiánica de convertir lo autóctono en estado con derecho propio. Pero, créanme, no se trata de los valles angostos, de los ríos escasos, ni siquiera de la pescadería o los juegos de vascos. Se trata únicamente de la lengua. Ya han anunciado que tres docenas de negros quieren aprender euskera.