viernes, 16 de febrero de 2024

De agua y ecologismo

Un hectómetro cúbico son un millón de metros cúbicos. Esta cifra es muy grande: son mil millones de litros de agua. Al mismo tiempo, es una cifra muy pequeña: mil millones de litros de agua los consume una población media de quince mil habitantes durante todo un año. También es una cifra inadecuada para hacerse a la idea de cuánta agua contiene nuestro planeta: casi mil cuatrocientos billones de hectómetros cúbicos. Como la Tierra es en su mayor parte océanos de agua salada, el agua dulce ocupa unos “escasos” treinta y cinco billones de hectómetros cúbicos (no llega al tres por ciento del total). Como vivimos en la superficie unos ocho mil millones de personas, que desde los albores del siglo XX el crecimiento de la población humana es exponencial (y esperemos que se modere), cada individuo gestiona (es un decir) más de cuatro mil trescientos hectómetros cúbicos de agua potable. Una cifra más que respetable que, lógicamente, no es para su uso y disfrute: del agua viven todas las especies animales y vegetales del planeta, por lo que bien podemos decir que dicha gestión consiste en procurar que todos, bichos, plantas, microorganismos y bípedos racionales, tengamos una existencia dichosa. Como se suele decir, y es obligado repetirlo, el único problema del agua es su reparto. O mejor dicho, lo que no hacemos para repartirla de manera justa y proporcionada.

La gente piensa que en España nunca llueve. Pero no es cierto. Cae más agua de lluvia que en Suecia, por ejemplo, aunque menos que en Francia, que es el país europeo con más aportación de agua de lluvia. Somos los segundos. Y si tenemos en cuenta a la población, somos los primeros en cuanto a agua de lluvia por habitante. Y, nuevamente los segundos en cuanto a lluvia por hectárea de cultivo, pero muy cerquita de Francia, tan cerca que estamos casi empatados. Puede decirse que somos los campeones europeos en saber gestionar los recursos hídricos para alimentarnos. Otro día les recordaré que es cierto, como dicen los franceses, que nuestros tomates (y melocotones, y melones, y ciruelas, y…) son incomestibles, salvo que uno acuda al Hipercor, que es donde se encuentra la mejor verdura y fruta de toda España: los demás supermercados nos abastecen de basura vegetal porque los agricultores tiempo ha que dejaron de ofrecer productos frutícolas y hortícolas a la altura de nuestro templado y mediterráneo clima. 

Los ecologistas modernos están empeñados en destruir cuantos embalses se extienden por el suelo patrio. En este país disponemos de casi sesenta mil hectómetros cúbicos de agua embalsada, que en muchos casos se emplean para generar electricidad mediante centrales hidroeléctricas, en su mayoría reversibles. Nuestros ríos recogen aproximadamente la tercera parte de todo el agua de lluvia que cae. El resto se evapora o se infiltra por el suelo, acumulándose en acuíferos subterráneos que, de momento, se están explotando a la mitad de su capacidad. El balance entre las aportaciones fluviales y el consumo humano, en España, es más que suficiente: cinco veces más. Incluso tenemos suficiente para cumplir con las obligaciones internacionales (Portugal) y para disminuir las importaciones agrícolas actuales porque, en puridad, se pueden suplir con nuestras posibilidades de regadío, e incluso tripicarlas. Por supuesto, la famosa PAC europea, fuente de margen de los agricultores europeos, porque todo lo demás asociado a ella es punitivo, es el obstáculo a sortear. 

Junto con la soberanía energética, si se aumentasen las superficies de riego, España sería una potencia europea de primer orden. El ecologismo de salón queda, por tanto, como la mejor senda para empobrecerlo todo.