viernes, 11 de marzo de 2022

Valentía ucraniana

En Mariupol vive (o vivía, tal vez) un amigo del que nada sé desde hace días. Le conocí por ser proveedor de zinc y congeniamos rápido: es (o era, tal vez) todo un personaje, tan risueño como rollizo. Se dedicaba a la purificación de metales y a la chatarra. Su fábrica se encuentra (o encontraba, tal vez) en la periferia del puerto, desde donde realiza envíos a todo el planeta. O al menos a toda la porción de planeta que conoce de su existencia y realiza negocios con él, como es (o era, tal vez) mi caso. Imagino que habrá empuñado las armas para defender su ciudad de los invasores rusos. Me escama un poco no haber vuelto a saber nada de él, porque quien puede no duda en enviar mensajes o vídeos o fotos para dar fe del horror en que están sumidos en Ucrania. Temo por su vida.

Las guerras relámpago se desarrollan como tales para vencer al enemigo con un mínimo de destrozos y de muertes. Esta guerra putinesca tiene de relámpago lo que de veloces sus carros de combate cuando permanecen detenidos a causa de la carencia de combustible; los destrozos que está causando son tan mínimos como mínimas son las ganas del zarito de masacrar el país entero y mandarlo de vuelta al medievo; y las matanzas que ha ordenado son tan selectivas como lo es su vesania y locura. Mata todo cuanto se mueve, destruye tanto como le da la gana, y va despacito porque no le queda más remedio. Y aún le sobran arrestos para amenazar a cualquiera que quiera entrometerse. Todo lo más, permite cominear: poquito y sin que se note. 

Los ucranianos, los pobres, resisten como pueden y gozan de casi todas nuestras simpatías (salvo las de ciertas gentes, que de todo hay en botica), pero no del apoyo militar que necesitan para mejor plantarle cara al matón kremliniano. La simpatía no gana guerras y las sanciones económicas pueden ser muy coercitivas, pero no impedirán la devastación del país. De enviar aviones y ayudar a los kievitas lanzando bombas desde el aire contra los malos, nanay, no vaya a enloquecer aún más el zarito y decida asolar nuestras ciudades y el planeta entero. Total, que invadir países ajenos está muy feo, pero mire usted, si se llama Rusia, mejor le dejamos golpear tranquilo la cara del mequetrefe al que ha decidido agredir, no vaya a meterse con nosotros el muy chulo. Me pregunto qué pasará cuando su putinesca locura decida anexionar Polonia…

Le echamos un valor que espanta. Pero no puedo quejarme: si ese temor es cierto, debería estar liándome a tiros con un fusil en Ucrania y pararle los pies al zarito. Pero no lo hago (o sí, tal vez).