viernes, 14 de enero de 2022

Ministro cárnico

Cerca de mi pueblo levantaron, hace unos años, naves horrendas para criar cerdos. Están a menos de quinientos metros de la carretera (sacrificio odorante al pedalear). Esos animales no ven la luz del día (ni las bellotas) aunque el mundo se esté acabando. Comen pienso, su vida no es sensitiva y acabamos con ellos para comérnoslos, tal es su finalidad. Si hubiera cerca un pozo de agua, sería hediondo. En la comarca no hay puestos de trabajo por efecto de esa granja. El embutido que genera la explotación no tiene, ni de lejos, las propiedades organolépticas del que hacemos en casa. Pero se vende con éxito porque es barato. Sin más. Yo no lo compro.

Debo ser de los pocos que, siendo contrario al ministro de Consumo, le da la razón en su última trifulca. Le critico que, siendo parte del Ejecutivo, debería tratar de resolver el problema en lugar de embrollarlo. Pero ese es otro tema. La cuestión es que usted, caro lector, compra jamón y pollo y huevos y morcillo y lo que sea a buen precio porque en el mundo se crían animales a destajo. Este tipo de explotaciones, favorecidas por la economía de escala, vuelven agónicas las pequeñas explotaciones locales que sí producen alimento de mucha calidad. ¿Más caro? Puede ser, pero coincido igualmente con el ministro en que deberíamos ingerir menos carne. Causa sonrojo que sus colegas del Consejo declaren que se trata de opiniones personales: un ministro es Gobierno y cualquier cosa que diga es la expresión del Gobierno. Otra cosa es que el Ejecutivo tenga cinco o diez opiniones sobre un mismo asunto, dependiendo de a quién hablar (de eso, el actual va cumplido).

Este tema abunda en los asuntos thoreaunianos en que insisto de tanto en cuando: nos alimentamos mal, vivimos vulgarmente y somos analfabetos. Creo que todos se correlacionan, como un tsunami que lo anega todo y ante el que no cabe adoptar salvaciones distintas. Con lo que produce mi huerto, o con las gallinas y pollos y terneros y cerdos que podría criar en el pueblo, soy capaz de proporcionar alimento a unas cuantas familias: no a cientos de ellas. El mundo con sus miles de millones de vivientes necesita una inmensidad cárnica, y hortícola también, aunque no estoy seguro de que necesite tanta como requiere el primer mundo. Pero a estas alturas esos temas son cansinos y solo interesa contemplar el tormento y la pasión de un ministro prosaico que anuncia la reconversión del cuerpo como penitencia salvífica bajo un tunda de palos propinada tanto por propios como por extraños.