viernes, 7 de enero de 2022

El año parte

Este va a ser un año de cansancio, viejo e innecesario. Llevan los designios, si es que existen, cien semanas de ausencia, olvidados en un silencio que es maldición. Y mientras tal eventualidad sucedía, las palabras pactaron el regreso de la esclavitud. Tengo recelo de la prez con que algunos se engalanan a costa de ello. Todas las palabras invocan, con efervescencia, un único propósito al que hemos de conducirnos todos. La disidencia, inevitable por otra parte, e inobjetable si el pensamiento es lo que tiene que ser, cosa que dudo, se combate en todos los campos de batalla. En vez de discutir, hemos aprendido a injuriar con fórmulas archisabidas y a perder el respeto al ser humano que una vez fuimos: nos hemos convertido en una horda irresponsable de amnesia colectiva. Ha llegado el tiempo del canibalismo especulativo. 

Si no creo en preces, por qué habría de permitir las invocaciones a diario. Es aviesa esta insaciable obsesión por llenar todos los espacios con afirmaciones que ni tan siquiera saben hacer sombra o rasgar el aire. Son como especímenes sin esqueleto, consistentes en el contenido manipulado por los cerebros que lo profieren y los credos inequívocos que formulan quienes lo recogen. Tanta exhortación a la unidad y la fe salvífica, tanta abnegación por combatir la herejía, espesas todas ellas en cualquier oído bien educado, precisa de una obediencia ciega y sin dubitación. A eso hemos optado: a ser obedientes y a refugiarnos en la oscuridad que cierne el cielo de las preguntas nunca formuladas. 

La naturaleza de los cuerpos es fingir que la eternidad existe. La de las mentes, imaginar que finalmente se ha alcanzado. Nuestras pasiones devinieron triviales en el momento en que adoptamos cualquier forma de tristeza contraria a nuestros propósitos. Por tal motivo nos conduelen las vidas que el virus apagó en las necrópolis adonde fueron conducidas por estorbos e inútiles. Ni siquiera las hemos anotado correctamente. Ni siquiera nos planteamos qué porquería de ciudades hemos construido donde solo cabe la esclavitud o la más repugnante riqueza, objetivos ambos del levítico ser inanimado del que no logramos zafarnos, aunque ya no mate. La administración de la muerte no es apta para paladares exquisitos. Las convicciones son azumbres rebosantes de cualquier cosa más concluyente que el dolor. 

Sólo es comprensible el libro de lo fortuito. El miedo ejerce de pastor, pero ignora de cualquiera de nosotros más que una libélula absorta en el agua tensa de un regato.