viernes, 19 de marzo de 2021

Termina el invierno

La noticia no hace referencia a nada que esté en los medios. Nada que ver con el vicenada. Ni con el presiliente. Tampoco con el de la manta. O la desusada heroína de abajo. Ni con la ciudad de donde Andrés llegó a París para no visitarla nunca. Y admito voluntariamente que cualesquiera de los anteriores mondongos tiene chicha suficiente para rellenar, de corrido y sin titubeos, no ya una o un par, sino todas las columnas de aquí a mayo. La noticia es que acaba el invierno, al que le quedan escasos días.

Qué puedo decir. Disfruto con los amaneceres arrebolados que se enternecen en el tejido convolado de los cirros. Y eso es algo que solo sucede por primavera u otoño. Las alboradas invernales son frías, en temperatura y en encantos. El sol parece, en ellas, timorato y cohibido. Las estivales, pegajosas y torvas, azafranadas, con una amenaza perenne de canícula. Estoy deseando que avance la primavera. Y dejar atrás el invierno de fríos y nieves y nieblas, donde se esconden los coches asesinos que avanzan por carreteras comarcales superando caravanas de vehículos sin advertir que, de frente, se aproxima una moto que no da crédito a la inminente matanza. Un invierno, además, en el que se ha consumado la gran ola y, con ella, el gran despropósito de la inmensa frenada que en todo el mundo ha habido.

Llevamos en invierno desde la primavera pasada, más o menos por estas fechas. Ni pizca de calor hemos tenido. Nos han encerrado como a miserables, pero no en las casas o domicilios, sino en la ruina y la deuda: encerrados a cal y canto, obligados al falso conteo de los muertos y el estridente alarido de la pobreza, que nadie cuenta. Las curvas, doblegadas por el tiempo, no por los gobiernos, los médicos o los epidemiólogos (aquí cada cual ha dicho o hecho lo que ha creído, todos han fracasado, desde la sanación a la gestión), parecen amerizarse por primavera sobre un océano de devastación y escombreras de donde van emergiendo las cabezas preguntándose ahora dónde vamos. La respuesta es que no vamos a parte alguna que sea nueva, con normalidad o sin ella, que muy pronto se nos olvidan las invenciones. Volvemos a donde solíamos, si es que nos dejan, que no nos quieren dejar. Limpiaremos los rastros de desconfianza con que nos han ninguneado salvo para acusar y seguiremos con lo nuestro. Lo de ellos, no nos importa.

La noticia es que se acaba el invierno. Quizá tarde más de la cuenta. Pero se termina. Aun cuando no concluya la presencia de quienes se han propuesto eternizarlo.