La noticia no hace referencia a nada que esté en los medios. Nada que ver con el vicenada. Ni con el presiliente. Tampoco con el de la manta. O la desusada heroína de abajo. Ni con la ciudad de donde Andrés llegó a París para no visitarla nunca. Y admito voluntariamente que cualesquiera de los anteriores mondongos tiene chicha suficiente para rellenar, de corrido y sin titubeos, no ya una o un par, sino todas las columnas de aquí a mayo. La noticia es que acaba el invierno, al que le quedan escasos días.
Qué
puedo decir. Disfruto con los amaneceres arrebolados que se enternecen en el
tejido convolado de los cirros. Y eso es algo que solo sucede por primavera u
otoño. Las alboradas invernales son frías, en temperatura y en encantos. El sol
parece, en ellas, timorato y cohibido. Las estivales, pegajosas y torvas, azafranadas,
con una amenaza perenne de canícula. Estoy deseando que avance la primavera. Y
dejar atrás el invierno de fríos y nieves y nieblas, donde se esconden los
coches asesinos que avanzan por carreteras comarcales superando caravanas de
vehículos sin advertir que, de frente, se aproxima una moto que no da crédito a
la inminente matanza. Un invierno, además, en el que se ha consumado la gran
ola y, con ella, el gran despropósito de la inmensa frenada que en todo el
mundo ha habido.
Llevamos
en invierno desde la primavera pasada, más o menos por estas fechas. Ni pizca
de calor hemos tenido. Nos han encerrado como a miserables, pero no en las
casas o domicilios, sino en la ruina y la deuda: encerrados a cal y canto,
obligados al falso conteo de los muertos y el estridente alarido de la pobreza,
que nadie cuenta. Las curvas, doblegadas por el tiempo, no por los gobiernos,
los médicos o los epidemiólogos (aquí cada cual ha dicho o hecho lo que ha
creído, todos han fracasado, desde la sanación a la gestión), parecen
amerizarse por primavera sobre un océano de devastación y escombreras de donde
van emergiendo las cabezas preguntándose ahora dónde vamos. La respuesta es que
no vamos a parte alguna que sea nueva, con normalidad o sin ella, que muy
pronto se nos olvidan las invenciones. Volvemos a donde solíamos, si es que nos
dejan, que no nos quieren dejar. Limpiaremos los rastros de desconfianza con
que nos han ninguneado salvo para acusar y seguiremos con lo nuestro. Lo de
ellos, no nos importa.