viernes, 12 de marzo de 2021

Paco en Mesopotamia

Mesopotamia siempre estuvo oreada por los vientos de la guerra. Y desde que el engrudo Naphthai domina el mundo, aún más. La Revolución Islámica de los chiitas, con sus ayatollahs al frente, persiguió superar con su oro negro al país sagrado de Alá. Lo que Persia unió, a Persia debía regresar: por eso Irán quiso invadir Irak, pero los de Rub Al-Khali previnieron a quien había liderado su propia revolución de julio y este decidió adelantarse. Esa guerra duró casi diez años. Yo era muy niño, aquello me parecía un lugar donde solo transitaban los carros de combate. Y así sigue, pese a la Casa Blanca, las Azores y las enseñanzas pacíficas del ISIS, cuya praxis es tan existente como el plutonio de las armas de destrucción masiva fantasmagóricas.

Quizá por ello el Papa decidió visitar Irak. No por reconfortar a los diezmados caldeos y armenios (cristianos) que allí viven, sino por estrechar la mano del Islam minoritario, el chiita. Muchas críticas ha recibido. Incluso por la mascarilla de la que no se acuerda tras haberse vacunado. Pero su gesto ha sido brioso en la patria de Abraham y en Nínive, adonde se encaminó Jonás tras ser regurgitado por el enorme pez que lo engulló, lo que invita a pensar que Bergoglio ha debido sentir que se hallaba en el claustrofóbico estómago de una ballena. Tal es la situación que se vive en la moderna Mesopotamia.

El Islam que criticamos en Occidente, el de los fanáticos y terroristas, no deja de ser una deformación monstruosa de una religión poética y lunar que convive con excesivos demonios. Nuestros líderes de Occidente, tan guerreros cuando hablan de combatir al virus, no pisan aquellas tierras aunque les vaya la vida en ello (quizá porque, en efecto, les puede ir), pese a ser un lugar estupendo para hablar de paz, benevolencia, perdón y amor entre todos los humanos: ese laicismo humanitario que tanto evangelizan desde el Twitter, convirtiendo su prédica en patetismo. Yo, al menos, no tengo constancia de que nadie de los importantes esté trabajando en cómo arreglar el feo asunto que llevamos desbaratando en Oriente Próximo desde hace un siglo.

Guste más o menos, y a mí las encíclicas del argentino me están gustando bastante poco, el Papa hace su trabajo. Parecen lugares comunes, pero lo de pensar en lo que une y no en lo que divide, poner empeño en superar rivalidades y contraposiciones, y luchar de verdad contra la pobreza o el desempleo, son mensajes que sirven tanto en Mesopotamia como en esta hartura de piel de toro donde vivimos.