viernes, 6 de noviembre de 2020

Vehicularismos

Debería redactarse una lista de elementos que el Gobierno (un Gobierno, cualquier Gobierno) no puede tocar. Del modo en que se redactan los poderes notariales. Me dirán ustedes que para eso está la Constitución, pero últimamente vienen apareciendo demasiados agujeros en nuestra Carta Magna y por ellos se cuelan tanto desaprensivos como aprovechados, muchas veces con la connivencia interpretativa de quienes tienen por obligación defenderla. De ahí lo de abogar por escribir una frase que diga: la integridad territorial del país no se toca, y el uso del castellano, tampoco.

Probablemente sea un globo sonda, o una idea descabellada que ha trascendido demasiado, pero negociar que la lengua española deje de ser vehicular solo para dar contento a (ciertos) catalanes, o siquiera contemplarlo, es algo que agota el diccionario de sinónimos. La Constitución, esa que tan fácil es de destrozar por cualquiera si de conservar el poder se refiere, establece que todas las lenguas cooficiales son vehiculares. Luego en las escuelas se enseña casi todo en una y casi nada en la otra, pero bueno, son ese tipo de anomalías que pasan con los regionalismos y sus trampas. Porque son trampas. Los tribunales recuerdan cada cierto tiempo que, entre las lenguas oficiales, en sus respectivos territorios, ha de existir igualdad. Y ahí reside lo irritante para quien inventa maneras de urdir la trampa que permita saltarse la obligación. A los que no somos covehiculares, salvo en la intimidad, o en la radio con frases aprendidas, o por curiosidad (anda que no es difícil el euskera, caramba), los demás, digo, preferimos dejar hacer y no volcarnos en disputas por algo tan evidente como la universalidad del castellano: dejar hacer no es otra cosa que coadyuvar a la lengua cooficial.

Pero la política no es la calle. La política actual maneja propaganda y muy grandilocuentes causas, que suelen ser las únicas de quienes aspiran a ejercer el poder sin entender que no los elegimos para ser dictadores, sino empleados nuestros y para que nos dirijan a buen puerto. Si se remitiesen a las habituales y más pequeñas causas no tendríamos jaleos. Porque esto último que se ha inventado este Gobierno tan pintoresco no deja de ser otro jaleo innecesario más. ¡Y todo por unos presupuestos! Todos sabemos que no se cumplen ni sirven de reflejo de la realidad. Que una contingencia puntual de este año condicione muchos años futuros resulta esperpéntico.

Vivimos el año de los prodigios. Imposibles, pero prodigios, como los crecepelos de feria. Más falsos que Judas. Casi parecía más sensato haber hablado de Trump.