viernes, 13 de noviembre de 2020

Sensiblerías

Hace unos días me recomendaron una novela, Nosotros, de Evgueni Zamiátin, precursora de las distopías de Huxley y Orwell. La recordaba panóptica, farragosa, poco seductora. Llegué a ella en su día buscando las fuentes de Orwell, pero esa es otra historia. Lo cierto es que me suscitan mucha curiosidad estas recomendaciones con independencia de lo que yo opine del libro. Necesitamos en este mundo, teñido por un sentimentalismo autoritario y sensiblón, más palabras impresas alejadas de las noticias inmediatas y las posturas ideológicas, y muchas más ideas.

Tengo bastante claro que por todas partes se ha impuesto, como un virus, la antítesis social de cuanto prevaleció en Europa desde la Ilustración. Se mire en una dirección u otra, por las calles solo deambulan mareas de ciudadanos ultrarrespetuosos, tecnólatras, sentimentaloides e iconoclatas del pasado. Sin pensamiento, porque imperan las consignas y las verdades que caben en una foto de WhatsApp. Este sentimentalismo de telenovela turca, por su vaciedad intelectual, es difícil de refutar. Además, quienes lo profesan se ofenden rápido, como aquella cocinera de un colegio que, recién devenida vegana, sostenía llorar a moco tendido mientras cortaba la carne de pollo para la comida. Tenemos al alcance de nuestros dedos, a través de una maraña ingente de información y conexiones, todo el conocimiento y la crítica habidas y casi por haber, pero cuanto más fácil es su acceso, más lo despreciamos en aras de donde nacen las sensiblerías.

Por eso, en este 2020 sensiblero, no solo trágico, no extraña que en el continente donde se redactaron los derechos y libertades del Hombre haya prevalecido finalmente una visión floja y desganada del acontecer humano, cargada de sentimiento, tanto que nos ha privado de casi todas las conquistas humanistas enarbolando injustamente la bandera del autoritarismo, coadyuvado por la polarización extrema de las personas. Hemos acabado donde debíamos: en el absurdo de las guerras pacifistas y positivas.

Debo volver a Zamiátin. Se lo debo a quien me recordó la extraña novela. Como debo volver a recordar aquel pasado mío no muy reciente, cuando me maquillaban antes de pasar ante las cámaras para hablar casi anónimamente de cosas que podrían parecer intrascendentes, pero que iban sin sentimentalismos ni deseos de fanatizar, solo por extender las ganas de saber más, de ser más libres, de pensar de forma independiente, sin dejarnos vencer por influencias, casi todas espurias, ni extremismos.