Los coletazos del verano van dejando en el panorama
político nacional algunas perlas sucias, negras como la pez. Lo de nuestros
representantes en las Cortes es de una finura tal en el análisis inductivo que
cabe preguntarse si el hemiciclo no se ha ido rellenando, paulatinamente, con lo
peor que se iba encontrando en cada casa.
Unos anuncian imputaciones a los de enfrente e incluso aventuran
cuál será la sentencia: que aprendan los juzgados lo que es rapidez, qué diantre.
Otros, queriendo escapar del estigma que han heredado, denuncian orquestaciones
maniobrables en lo más oscuro del banquillo contrario. Unos y otros aprendieron
el otro jueves, como quien dice, que el pasado en política es un bumerán
lanzado hace siglos para que le sacuda en el cogote a quien, medio milenio
después, tome el relevo, se halle enterado o no del asunto. Cierto es, muy
cierto, que ese señor de Palencia que ha recibido el fenomenal golpetazo se
encontraba por allí, entonces, pintando muy poco. Casi como ahora, por mucho
que parezca importante porque le han dicho que guarde turno a ver si el poder le
cae sobrevenido: es decir, encima, como un costalazo bien dado.
Ya que estamos aún en el estío, aunque no lo parezca,
podríamos aprovechar el singular del apellido en plural del señor a quien casi habíamos
olvidado pese al escándalo que montó en su día con los suyos por unas cuentas dobles
o múltiples, las del partido que preside, de momento, el palentino. Ese apellido,
en singular, evoca a un encantador pueblo cántabro percibido de verdor y
frescura, tiznado con la huella evocadora que estampan, en lontananza, los
montes. Pero claro, hablar de frescura y frescachones es remitirse nuevamente
al hemiciclo, donde abundan los peces que beben en el río de las sinecuras
partidistas. Porque si lo que se cuece en el banquillo del principal opositor es
tórrido, lo que lleva hirviendo unas cuantas semanas en la bancada aliada del
Gobierno es nauseabundo hasta decir basta.
De una manera u otra, el patio se encuentra divertido y lo
que se percibe desde el proscenio casi es más interesante. Por un lado, soplando
en contra de los que fueron suyos, un secretario de Estado; por el otro, a
favor, los vientos de una fiscalía que pagamos todos los ciudadanos para que el
Gobierno crea que es suya y solo suya. Y aunque el de Palencia esté sufriendo, el
asunto (grave) no va con él. Pero el prescriptor de jarabes sigue esperando un
milagro que le alivie del oprobio de haberse encastado tanto él como su
partido.