Con sinceridad deseaba consumar estas columnas que vengo dedicando al estío que aún transitamos. Sin vacaciones, el verano sobra, desaparece. Y, contradiciendo el transcurso astronómico, es otoño, la estación que devuelve la ropa a los cuerpos y desprende la seroja al suelo.
Y sí, concluye el estío. Pero el virus no, que nos va a
acompañar un par de años largos aún. Tómenlo con paciencia. Y cuidado. Su
enfermedad seguirá sin cura hasta quién sabe cuándo. Los gobiernos
enloquecieron tiempo ha y dicen poder someter al patógeno. Ilusos. Diría que se
comportan como adanes. Y muchos ciudadanos también. Pero este grado de estrés
no puede sostenerse: las economías no van a sobrevivir con esta locura que
tampoco conduce a nada. La subcepa B3a del virus, que entró en España por
Vitoria, y la subcepa A2a5 (italiana) explican y siguen explicando lo que está
sucediendo aquí, en Reino Unido y en Sudamérica, donde las cifras son peores.
Pero claro, no es fácil que encuentren ustedes estas explicaciones en la tele…
Acaba el estío, sí, y antecediendo al otoño arriban las
borrascas históricas y las memorias imperecederas, que ahora tildan de
democráticas. Nos lo recuerda sin descanso el señor cuyo padre militó en un
grupo terrorista y que se reúne con los que jalean al desaparecido grupo
terrorista vasco bajo un póster de ese ejército popular cuyos crímenes en el
convulso periodo de la España fratricida parece que no existieron. Como nos lo
recuerda el otro señor, más importante, que prefiere negociar el futuro
inmediato de todos con quienes no quieren que haya un futuro inmediato para
todos. Lo peor, que nos lo recuerdan con espumarajos en la boca.
Esta sensación de enfrentamiento pertinaz del Congreso, con
lesivas alusiones del Gobierno al imperativo legal que les obliga dirigirse a
ciertos grupos de enfrente, o calificando las actitudes opositoras de
inconstitucionalidad, esta sensación produce mucho frío. No solo porque
califique de atroz al Gobierno, cuya inepcia y descontrol comienzan a ser
proverbiales, sino porque es recibida en las calles con alborozo por
turiferarios acérrimos. Creo que la sensatez quedó infectada de virus y se
halla luchando por su vida en la UCI. Yo, personalmente, detesto que un
Gobierno considere ilegal todo lo que no sea de su gusto o agrado. Por ello no
solo les tacho de ineptos: siento auténtica detestación, y al hacerlo
reflexiono si no me estarán llevando a ese terreno bifronte donde quieren que
nos situemos unos y otros hasta acabar a garrotazos.