viernes, 5 de junio de 2020

Negrura racial

El conflicto racial en Estados Unidos sigue sin digerirse. La muerte de George Floyd (infectado de coronavirus) por Derek Chauvin (policía de Minneapolis) ha desatado una ola de indignación e ira en Estados Unidos, de costa a costa. Las consecuencias son escandalosas: toque de queda en 25 ciudades, saqueos y violencia callejera nocturna, miles de detenidos. Trump, bunquerizado en la Casa Blanca, incapaz de callar (cosa que tiene por costumbre) aprovecha la situación para vociferar barbaridades y atraer al votante blanco, absorto con lo que sucede en su país. Por mucho que increpe a alcaldes, gobernadores y manifestantes, su rol en esto es bastante irrelevante (cosa que le molesta).
Obama vivió disturbios similares. Los hubo tras la muerte de Michael Brown (18 años), en agosto de 2014, al ser tiroteado en un encontronazo con la policía de Sant Louis, Missouri. Dos años antes, en un barrio residencial de Florida, Trayvon Martin, un adolescente de 17 años, moría bajo por disparos de un “vigilante ciudadano” que se puso nervioso ante el joven de color. Racismo. Armas. Una combinación terrible. En el caso de Floyd, los destrozos de la pandemia, con su reguero de paro y pobreza, y una feroz polarización de la sociedad como estrategia tenaz del arrogante y ramplón Trump, han obrado el resto. Por cierto, ¿verdad que nos suena a los españoles esa estrategia como forma de gobierno?  
El racismo en Estados Unidos contra la población negra lleva años incrustado en otro problema mayor, el de la pobreza y el prejuicio social contra determinados suburbios y distritos de las ciudades estadounidenses. De hecho, si hablamos de ciudadanos negros asesinados en ese país, los datos del FBI son escalofriantes: el 90% mueren a manos de otros negros. La muerte en los suburbios es una cuestión endógena de crimen, narcotráfico y otros delitos. Pero contra esa violencia no grita el “Black Lives Matter” con sus pantallas en negro.
Estados Unidos lleva décadas dedicando una ingente cantidad de recursos para tratar de paliar estas cuestiones sociales, educacionales y de igualdad de oportunidades. En el homicidio de Floyd, la justicia estadounidense ha respondido certera y rápidamente. La maquinaria federal funciona. Lo que no funciona es la dictadura del vandalismo. Mientras tanto, aquí, en Euskadi, los de Bildu, justo quienes menos deberían alzar la voz contra la exclusión, han sido los primeros en apuntarse a denunciar la muerte de un hombre negro a manos de un policía blanco en Minneapolis.