En las Arribes del Duero esperan como agua de mayo a los
madrileños. Con un par, que dirían los castizos. Si en Baleares aplauden a los
alemanes conforme descienden del avión, en mi tierra creo que tienen preparados
fuegos artificiales para celebrar el retorno de los de Madrid. Fíjense cómo estará
la cosa que el mercado de los martes en la localidad más importante, Vitigudino
(de donde tomó el nombre un otrora afamado matador de toros allí nacido), que arrastra
a toda la comarca llenando calles y bares hasta el tuétano, apenas vislumbra ahora
cuatro gatos mal contados: los autobuses comarcales no funcionan y los
autóctonos motorizados, viendo que la cosa no está animada, optan por quedarse en
casa. Y los bares: vacíos. Si Feijoo no quiere a los de Madrid, que vayan a las
Arribes: les recibirán jubilosos.
Causa estupor que andemos tan absortos como obnubilados. Menos
mal que el Gobierno anima la cosa con sus anuncios milmillonarios (parece la
Lotería Nacional) y el avistamiento de brotes verdes (de nuevo la metáfora
escondida del paisaje calcinado). Ahora, contar, lo que se dice contar, más
bien poco. Y ese poco, mal. El “relato” dice que en España el virus solo mata de
oficio y el resto de los muertos que han perecido durante la pandemia debió ser
por culpa de un aire o el tráfico rodado (que dijo el otro). Luego nos quejamos
de las trampas estadísticas en China. Acabáramos: en España, el Gobierno lo que
sabe es contar cuentos chinos.
Qué haríamos sin ellos. El mundo es un lugar peor sin los
veintipico ministros y su asaz indocto adalid, el mismo que un 21 de marzo balbuceaba
frente a una cámara de televisión, con los ojos enjugados en lágrimas, diciendo
que España era campeona mundial en conexiones a internet y que somos el tiempo
que respiramos (sic). Me enternecía saberlo poético, lo admito, pero resultó un
espejismo. No le debió hacer gracia aparentar flaqueza. Desde ese momento lo copó
todo, junto a su encastado vicepresidente, porque los de las carteras, salvo
alguna fugacidad presencial y el excepcional filósofo sanador, todos han estado
desaparecidos en combate (en el combate contra el virus). No importa. Se erigió
él solito, trasunto del Capitán Trueno, contra el infiel coronavirus en magnífico
regidor y salvador notable (la nota se la puso él mismo) de, qué digo mil, qué
digo diez mil: nada menos que de 450.000 almas. Quién da más en esta feria de
la egolatría. Solo faltan el perrito piloto y la muñeca chochona. Y los muertos
que no han contado, claro.