viernes, 19 de junio de 2020

Contadurías

En las Arribes del Duero esperan como agua de mayo a los madrileños. Con un par, que dirían los castizos. Si en Baleares aplauden a los alemanes conforme descienden del avión, en mi tierra creo que tienen preparados fuegos artificiales para celebrar el retorno de los de Madrid. Fíjense cómo estará la cosa que el mercado de los martes en la localidad más importante, Vitigudino (de donde tomó el nombre un otrora afamado matador de toros allí nacido), que arrastra a toda la comarca llenando calles y bares hasta el tuétano, apenas vislumbra ahora cuatro gatos mal contados: los autobuses comarcales no funcionan y los autóctonos motorizados, viendo que la cosa no está animada, optan por quedarse en casa. Y los bares: vacíos. Si Feijoo no quiere a los de Madrid, que vayan a las Arribes: les recibirán jubilosos.
Causa estupor que andemos tan absortos como obnubilados. Menos mal que el Gobierno anima la cosa con sus anuncios milmillonarios (parece la Lotería Nacional) y el avistamiento de brotes verdes (de nuevo la metáfora escondida del paisaje calcinado). Ahora, contar, lo que se dice contar, más bien poco. Y ese poco, mal. El “relato” dice que en España el virus solo mata de oficio y el resto de los muertos que han perecido durante la pandemia debió ser por culpa de un aire o el tráfico rodado (que dijo el otro). Luego nos quejamos de las trampas estadísticas en China. Acabáramos: en España, el Gobierno lo que sabe es contar cuentos chinos.
Qué haríamos sin ellos. El mundo es un lugar peor sin los veintipico ministros y su asaz indocto adalid, el mismo que un 21 de marzo balbuceaba frente a una cámara de televisión, con los ojos enjugados en lágrimas, diciendo que España era campeona mundial en conexiones a internet y que somos el tiempo que respiramos (sic). Me enternecía saberlo poético, lo admito, pero resultó un espejismo. No le debió hacer gracia aparentar flaqueza. Desde ese momento lo copó todo, junto a su encastado vicepresidente, porque los de las carteras, salvo alguna fugacidad presencial y el excepcional filósofo sanador, todos han estado desaparecidos en combate (en el combate contra el virus). No importa. Se erigió él solito, trasunto del Capitán Trueno, contra el infiel coronavirus en magnífico regidor y salvador notable (la nota se la puso él mismo) de, qué digo mil, qué digo diez mil: nada menos que de 450.000 almas. Quién da más en esta feria de la egolatría. Solo faltan el perrito piloto y la muñeca chochona. Y los muertos que no han contado, claro.