Antes
del puente de diciembre, el adviento deja una chocolatina trienal: un informe
educativo. Y uno bien amargo el de este año. De hecho, está o ha estado en boca
de todos, pese a la efimeridad de los asuntos que se tratan hoy en día. Los malos
resultados del último informe PISA, que en tan penoso lugar dejan a los alumnos
patrios, nos sitúan años por detrás de las sociedades asiáticas.
No sé de qué se asombran algunos que han
hablado… Hace tres años, cuando el informe parecía favorable, brindábamos con
champaña y nos creíamos de los más aventajados de Europa. Hogaño, plegamos
velas y nos dolemos las costuras. Somos, como siempre, de extremos (las
ubicaciones más fáciles, confortables y sesgadas). Pero si echamos la vista un
poco más atrás, que tres años no son nada, observaremos que nuestros resultados
son más o menos homogéneos: nunca excelentes.
En puridad, para forjarse una opinión al
respecto no hace falta el informe. Quienes tenemos hijos en los 15 años lo
observamos a diario en casa: indolencia hacia la lectura y el estudio, ninguna
gana por esforzarse… Personalmente, lo que peor llevo es la ausencia de
competitividad, uno de los motores de superación más importantes que existen. Quizá
sea complicado hacer entender a un pimpollo que un bajo rendimiento (cuando no su
abandono) en los estudios complica la existencia en etapas ulteriores, pero
algo habrá que decir. Y no hablemos de otras cuestiones aledañas. Los padres no
deberíamos renunciar a transmitir valores, pero se hace. Los profesores pasan
largo tiempo en las aulas tratando de imponer un clima favorable a la
educación, tarea ardua en una era donde la disciplina es considerada retrógrada.
Imparten como pueden matemáticas o lengua, pero también educación para la
salud, sexual, para la convivencia… y naufragan al intentar explicar por qué es
tan importante saber matemáticas como ser respetuosos con el prójimo. La
cultura alrededor de la educación no invita ni a leer ni a saber, solo invita a
perder el tiempo con idioteces (sálvames, partidos del siglo…) y a pasarlo bien,
que son tres días.
El informe Pisa sigue posicionando en su
sitio el sistema educativo que tenemos, inversiones y didácticas incluidas.
Pero sus estadísticas compendian también todos estos pequeños factores que nos
enturbian el alma e impiden que podamos sentirnos orgullosos de esta generación
Lomce. Y mientras nosotros nos culpamos unos a otros, los chinos en tres días han
PISAdo la Luna.