Celebraré
que, por navidades, se consume la investidura de quien, en tan solo 24 horas, cruzó
el turbulento trecho que media entre el insomnio y un abrazo. De jactancioso a entusiasta:
“marchemos francamente y yo el primero”, vino a decir. Hay quienes explican el
viraje en la ansiedad de poder, pero yo sigo sin entender por qué eligió ese destino
tras la ciaboga, porque el poder también lo hubiese conservado con alguno de
los otros puertos. Pero hubo de escoger a los extremistas, vaya usted a saber bien
por qué. Tal cosa no se ha explicado más allá de un papelito donde aparecía la
palabra progreso y a la que se añadió una inicial declaración de respeto a la
Constitución, prontamente corregida por otra de respeto solo al orden jurídico.
Estoy
con quienes piensan que la desvergüenza es de proporciones colosales, pero un
hombre sediento de poder, aunque no sepa hacer nada, como es el caso que nos
ocupa, es bien capaz de cualquier cosa. Pero, aun con todo, tengo apetencia por
vislumbrar qué demonios depara todo esto, cómo serán los días con un Gobierno
encorsetado por extremistas de todo tipo (menos de la derecha). Necesito hacer
yo mismo el análisis. No me sirve que aplauda la militancia, que esa lo aplaude
todo, hasta las derrotas en que acaban venciendo. Tampoco que asientan los
indignadísimos que, en tediosa espera de un programa común, se ven pisando
alfombra y coche oficial: nada tan pródigo como cambiar acampadas por despachos
de la administración del Estado. Me preocupan, eso sí, los independentistas. ¿Qué
querrán y qué se les dará? Y tengan por seguro que, tras ellos, vendrán los
demás. En un reciente recuento de naciones hispanas, a uno le salieron ocho:
ancha, muy ancha vuelve a ser Castilla desde que la unieron a León. Yo,
extremeño, me ciscaría en sus muertos.
Esto
de España se desmorona y nadie advierte que nada impedirá que se siga demoliendo
lo poco que quede tras la voladura. Iniciada la taificación, el futuro se
muestra impenetrable. El monclovita, por aquello del qué dirán, se ufana en
conversar por teléfono durante un cuarto de hora con todos, pero esos mismos todos
coinciden en resumir lo conversado de manera distinta a la suya. Mal asunto:
suena a pose. Está claro lo que claro estaba desde el principio: solo presta
atención a hegemonistas y empoderados. Los demás, por desclasificación, a
verlas venir. Y, ¿saben lo peor? Que nos hemos acostumbrado y ya no nos ofende
casi nada.
Les
deseo una Feliz Navidad.