Aquel segundo día de octubre alguien me dijo
que había acudido a votar que no, pero que sintió miedo y acabó votando que sí.
El recurso del miedo, como el recurso al fracaso político, revela una posición
mediocre, la de no decir que sí para que se note menos, porque el sí es de fanáticos
y extremistas y no es ejemplar ser visto como tal, aun siéndolo. Hoy se desvela
la aparente mediocridad: quien profirió tan afrentoso (y ofensivo) argumento,
realmente contemplaba el futuro que se dibujaría dos años más tarde.
No es un futuro nuevo ni exclusivo. En
Euskadi todavía se pintarrajean las paredes y muros con pintadas perceptibles y
presuntuosas que reclaman libertad para los presos (los presos son
terroristas). No nos vanagloriemos por la libertad de expresión: muchos aún necesitan
dar a entender que tal libertad no existe, que solo sucede cuando se usa las
calles para expresar lo que uno realmente piensa o siente. El fanatismo precisa
muros para manifestarse. Y cuando no bastan los muros, contenedores. Pero los
muros no arden, los contenedores (y, a veces, lo que en derredor se halla) sí,
como se ha vuelto a demostrar en Cataluña. Algo ardiente es siempre transmisión
de la palabra divina.
Las hogueras de las noches, tanto paganas
como cristianas, purifican. Las hogueras reactivas, tanto a las sentencias como
a la política, amedrentan, que es otra manera de expiación, si bien
controvertida. Porque quienes las prenden, como quienes pintarrajean, hace
tiempo que no distinguen entre realidad y ficción, entre falsedad y verdad. Es
relativamente sencillo desvelar lo que es incierto y falso, pero, ¡ay!, la
verdad frecuenta caminos retorcidos donde acaban entremezclándose las opiniones
y egoísmos para no llegar a ninguna parte. El fuego de un contenedor o de un
vehículo, como la pintada en la pared, trata de convencer que, tras él, solo
existe un legítimo sentimiento de democracia y justicia, porque, como todos
saben, o deberían saberlo, no es democracia sino lo que el pueblo, en su ínfima
minoría identitaria, decide. Aunque decida vivir una farsa o a espaldas de
todos los demás.
Lo tengo muy claro. A esto también conduce el
nacionalismo, no solo a la exaltación de la propia identidad. Si existe la
posibilidad de trasladar el sentimiento a la calle, acaban llegando las
pintadas y los contenedores quemados. Y, en ocasiones, los féretros. Porque,
como bien enseña la Historia, para ciertas cuestiones la política nunca es
suficiente.