viernes, 11 de octubre de 2019

Alcaldesa expugnable


Estos días cunde en la prensa el extraño y desvergonzado caso de la alcaldesa de una localidad (bastante grande) de Madrid, cuyos días están contados. Una alcaldesa que, con el consentimiento de todos los partidos políticos presentes en el pleno, aprobó una subida de sueldo para su emolumento y también el de los concejales. Por supuesto, el alzamiento de los salarios consistoriales no solo se ha registrado en el ayuntamiento que nos ocupa: muchos otros, de cualquier signo político y condición, han obrado igual. La pela es la pela.
La enfermedad (antes que drama) de esta alcaldesa se traduce en el nepotismo con el que ha actuado en su breve singladura (desde julio): nombramientos (llamados también designaciones) en favor de parientes y amigos a quienes, como el valor en la mili, se les supone capacidad y adecuación. Los amigos de uno siempre son adecuados para cualquier cosa, está claro. El nepotismo es contrario al orden constitucional. Y al código ético de cualquier partido, también el de la alcaldesa. Pero no está reñido con la indecencia. Por supuesto, el partido político que ha venido amparando a esta señora alcaldesa la ha acabado empujando al lúgubre ostracismo que pende encima de su cuello. Yo me pregunto por qué no se reaccionó de inmediato. Como en cualquier liza, la que antaño sería corregidora (acaso hogaño también) va bien parapetada de amistades y fieles inasequibles al desaliento que producen sus ofuscaciones designatorias. Incluso cuando el escándalo ha sido tan mayúsculo que, presionado por la opinión pública y el hartazgo de afiliados afines, la buena mujer ha decidido la suspensión de su militancia, pero no la cesión del acta ni tampoco la dimisión de su cargo.
Es lo que tiene la carrera política. Que una funcionaria del departamento de obras, tras una prueba presidida por un compañero y amigo del partido, con estudios en servicios sociales, pase a concejala de inmediato, desde donde ataca con saña al alcalde (afín) hasta su dimisión, afectada de tanta soberbia y autoritarismo como de escasez de bagaje intelectual, y logre ser recompensada, por arte y efecto de las nuevas políticas monclovitas, hasta su inevitable caída en desgracia, al poco tiempo de ser nombrada lo que aún es, no deja de ser una muestra más del modo de pensar de quienes son, de forma vitalicia, parte del aparato de los partidos. No viven para servir al pueblo: viven para el partido.
A quién le puede extrañar lo que pasa en este país.