viernes, 20 de septiembre de 2019

Estío vulgar


Con el otoño terminan las vulgaridades del verano. No me refiero a los propósitos que la gente se hace para cuando acaba agosto. Eso más que vulgaridad es risión. Tampoco la ausencia del amurrio que causan los días exiguos, la luz teñida de jalde o los despertares con cencio. ¿Cómo tachar de insustancial una exquisitez tan extraordinaria? Me refiero, por ejemplo, al milagro de ver cómo cientos de miles de horteras encierran, hasta nueva orden, ese calzado ignominioso consistente en una suela y dos tiras de plástico que se cuelan entre los dedos. El otoño cura ese trastorno denominado mal gusto. Porque los pies… ¡mira que son feos!
Las chanclas, o zoris, o como se llamen, y que algunos muy instruidos elevan a históricos por las sandalias faraónicas y las caligae romanas, parecen incitar a la felicidad y al frescor frente al rigor canicular, por involutivo que parezca. A mí, personalmente, me incitan a pisotear pinreles. Qué quiere que les diga. Un padre de familia, de apariencia honrosa, pierde toda su dignidad vistiendo pantalón corto, admisible en ciertas situaciones, y chanclas. No digamos si el aderezo se completa con un tatuaje, por pequeño y discreto que sea. La manifestación orgullosa y exterior de un sentimiento, profundo o superficial, arrebata a la persona la intimidad de sus pensamientos y los convierte en pasto de narcisistas.
Claro que, puestos a sentir alivio, nada como despedir la otra vulgaridad estival que, de un tiempo a esta parte, pese a lo controvertido que resulta denostar la propia naturaleza en aras del entendimiento entre sexos y la corrección de las formas, impera en el mundo moderno. Me estoy refiriendo a esos pantalones ultracortos, porque decir cortos es decir poco, que se empeñan en usar damiselas y jovencitas, con un corte en la confección tan rácano, con la juntura tan al aire, que a las hembras que los visten dejan sin disimulo la mitad de la nalga, o cachete, o glúteo, que lo mismo es.
Sea pinrel o tatuaje o culo, este exhibicionismo urbano parece escorzo de Instagram, donde, como en casi todas las redes sociales, hay que relatar continuamente lo que hacemos, como si fuese importante. Y si uno lo cuenta todo, ¿cómo no mostrar lo restante en todas partes, ya puestos? La chancla puede producir fascitis o cojeras y para cuando lo advirtamos será demasiado tarde. El pantalón y el tatuaje, desubicación estética perpetua (salvo en las redes, donde siempre es estío). Por fortuna para los pies, en la calle puede ser otoño o invierno.