Con el otoño terminan las vulgaridades del
verano. No me refiero a los propósitos que la gente se hace para cuando acaba
agosto. Eso más que vulgaridad es risión. Tampoco la ausencia del amurrio que
causan los días exiguos, la luz teñida de jalde o los despertares con cencio.
¿Cómo tachar de insustancial una exquisitez tan extraordinaria? Me refiero, por
ejemplo, al milagro de ver cómo cientos de miles de horteras encierran, hasta
nueva orden, ese calzado ignominioso consistente en una suela y dos tiras de
plástico que se cuelan entre los dedos. El otoño cura ese trastorno denominado
mal gusto. Porque los pies… ¡mira que son feos!
Las chanclas, o zoris, o como se llamen, y que
algunos muy instruidos elevan a históricos por las sandalias faraónicas y las
caligae romanas, parecen incitar a la felicidad y al frescor frente al rigor
canicular, por involutivo que parezca. A mí, personalmente, me incitan a
pisotear pinreles. Qué quiere que les diga. Un padre de familia, de apariencia
honrosa, pierde toda su dignidad vistiendo pantalón corto, admisible en ciertas
situaciones, y chanclas. No digamos si el aderezo se completa con un tatuaje, por
pequeño y discreto que sea. La manifestación orgullosa y exterior de un
sentimiento, profundo o superficial, arrebata a la persona la intimidad de sus
pensamientos y los convierte en pasto de narcisistas.
Claro que, puestos a sentir alivio, nada como
despedir la otra vulgaridad estival que, de un tiempo a esta parte, pese a lo
controvertido que resulta denostar la propia naturaleza en aras del
entendimiento entre sexos y la corrección de las formas, impera en el mundo
moderno. Me estoy refiriendo a esos pantalones ultracortos, porque decir cortos
es decir poco, que se empeñan en usar damiselas y jovencitas, con un corte en
la confección tan rácano, con la juntura tan al aire, que a las hembras que los
visten dejan sin disimulo la mitad de la nalga, o cachete, o glúteo, que lo
mismo es.
Sea pinrel o tatuaje o culo, este
exhibicionismo urbano parece escorzo de Instagram, donde, como en casi todas las redes sociales, hay
que relatar continuamente lo que hacemos, como si fuese importante. Y si uno lo
cuenta todo, ¿cómo no mostrar lo restante en todas partes, ya puestos? La
chancla puede producir fascitis o cojeras y para cuando lo advirtamos será demasiado tarde. El
pantalón y el tatuaje, desubicación estética perpetua (salvo en las redes,
donde siempre es estío). Por fortuna para los pies, en la calle puede ser otoño
o invierno.