Cuando yo inicié mi andadura de doce de años
en eso del teatro amateur, siendo entonces un jovenzuelo repleto de ganas de
hacer cosas al margen de los libros, en el instituto se representaba cada año
la ópera rock “Jesucristo Superstar”, en playback. La obra musical de
Andrew Lloyd Webber (hijo de William Lloyd Webber, a quien debemos la magnífica
“Missa Sanctae Mariae Magdalenae”, qué gran coincidencia) ya hacía tiempo
que se había normalizado en España, y lejos quedaban las revueltas y anatemas
de los Caballeros del Santo Cristo ante los cines. Parecía lógico que cautivase
la atención de mis compañeros de instituto. Pero, ¿en playback?
Aquel musical abrió a mis oídos un universo
más amplio. La voz de aquel Jesús tan inefable (y tan poco pop) la ponía en
español Camilo Sesto. Ángela (Angelita) Carrasco resultaba en una estupenda
María Magdalena. Y aunque siempre me pareció como más importante el papel de Judas
(el mismo inveterado traidor en quien, según Borges, se encarnó Dios), la
versión del ahora controvertido Teddy Bautista no me gustó nunca. Lógico: nunca
pudo igualar al prolífico Carl Anderson, pero el Jesús de Camilo Sesto sí resultaba
tan bueno (si no más) como el de Ted Neeley en la versión cinematográfica. Dotado
igualmente de una voz portentosa, timbradísima, exquisitamente modulada, de tan
amplia tesitura que se paseaba cómodamente por cualquier armonía hasta alcanzar
registros altísimos, aquel afamado cantante (entonces) se convirtió en la
encarnación del éxito en la música internacional. Como cantante y como
compositor. Porque el hombre que estremecía cantando “Getsemaní” fue
igualmente capaz de componer e interpretar un tema tan majestuoso como “Vivir
así es morir de amor”, balada romántica difícilmente superable. E
incantable (salvo para unos pocos). Eso sí, sus canciones siempre hablaban de
amor. Un poco como ahora…
Se fue Camilo Sesto, de nombre Camilo Blanes,
aunque pienso que su imagen desapareció hace mucho tiempo, como casi todo lo
que florece alguna vez en los años fértiles de la juventud y, después, en el
advenimiento de la madurez, ha de dejar paso a lo nuevo, que todo lo borra. En
mis viajes a México y a Costa Rica me han recordado su nombre, un nombre que,
en estas longitudes del meridiano de Greenwich, tiempo ha que permanecía en el
olvido. Precisamente Camilo Sesto se despidió de los escenarios con un título
muy costarricense (Camilo Pura Vida). Pero yo sigo viéndole en Getsemaní.