jueves, 6 de junio de 2019

Fanatismo cinéfilo


La semana pasada, en Costa Rica, en medio de una conversación intrascendente, comentaba que este 2019 es fabuloso para el séptimo arte porque por fin (¡por fin!) concluyen tres sagas-río, de las más exitosas entre el público: el tostón de los Vengadores, la decrépita Star Wars y el interminable Juego que tenía tronos. Son de consumo inmediato, como un pastelito con crema, y su triunfo reside tanto en su calidad como en haber sabido elevar su luz por encima de todas las demás propuestas, relegándolas a lo episódico.
El cine ha descubierto dos filones: el folletín, convirtiéndose al formato de las series de la tele (que cada vez son más cine); y los fanáticos, esos sedicentes espectadores que colman los espacios públicos con frases altisonantes, dependencias emocionales de cuanto aparece en pantalla, y una angostísima cultura que, no obstante, le es sobrevenida, porque algo o alguien se encarga de idiotizarlos a todos.
Cada vez hay menos espectadores y más fanáticos. Al espectador le da igual que se orquesten fastuosas campañas de marketing o que aparezca un tipo con capa tratando de salvar el mundo de la misma manera en veinte películas distintas. El espectador busca saciar su curiosidad, disfrutar y, si es posible (que no suele ser), acrecentar sus fronteras sensorial y emocional. Pero el fanático no. Su universo es limitadísimo, vive enganchado al marketing viral (que es interminable) y piensa de continuo en unir sus expectaciones a las de los otros millones de fanáticos que pululan, como él, por el planeta.
Sí, hay fanatismos peores, y no me refiero al fútbol, la política o la religión (que también), aunque sean, por desgracia, eternos. Pero he de celebrar jubiloso la obsolescencia de estos barruntos televisivos y cinematográficos que a tantos envicia y suplico, por favor, que los obsolezcan aún más, porque son propuestas sin duda entretenidas y con su punto de talento y técnica, pero tan solo su finalización puede acallar las voces de millones de fanáticos que hormiguean por el mundo digital convirtiéndolo en un estercolero mendaz y estúpido donde solo vale esputar más fuerte.
Un hombre se vuelve fanático casi a su pesar, como explicó Jean-François Revel. Todos podemos construir en el pensamiento un sistema capaz de explicar el mundo y otro capaz de rechazar lo que se le oponga. El problema surge cuando, en el fragor de ambas visiones, se atraviesa la linde de la mesura y se accede a algo similar al apocalipsis.