Hoy
mismo, hacia las 18:00 hrs, inundados de luz y una temperatura agradabilísima,
dará inicio el verano. No tenía deseo de mimetizar los anuncios de los entes
meteorológicos, pero la noticia así concebida tiene su gracia. Con permiso de
la mañana de San Juan (la mañana del amor), la mañana del día de hoy ha sido
especial. Si no se ha percatado, hágalo el lunes camino del trabajo. Mire el
amanecer. No espere a las vacaciones. Sinceramente, ¿cuántas veces el éxtasis
del amanecer le ha encontrado abandonando la cama, no yendo hacia ella? Con
sueño y cansancio la consagración de la naturaleza deja de ser admirable.
Si
echo la vista hacia atrás los años suficientes que no alcanzaré a ver si la
echo hacia adelante, recuerdo el solsticio como el reencuentro con una soledad
que apreciaba enormemente. Llevaba una vida feliz junto a mis padres y
hermanos, y era dichosa porque, sin móvil ni wifi, no quedaba otra que
embarcarse en mil y una actividades, todas nutritivas (teatro, música,
excursiones): lo de ligar o tomar copas era aburrido y siempre lo mismo. Pero
el verano era otra cosa: llamaba la recolección, lejos del desorden y caos de
la ciudad. El campo, mi hogaño añorado terruño junto al Duero, con su silencio,
liberaba las cadenas que me mantenían sujeto al devenir citadino. Y, entonces
podía, como Cyrano, cantar y reír, quizá volar no muy alto, pero solo. Con mi
abuela y mis tíos y mi primo y uno o dos amigos sinceros: pero solo. Quizá por
ello siempre me parecieron mediocres los veranos de quienes, en el pueblo, solo
sabían o querían hacer lo mismo que hacían en las ciudades. No sabían estar a solas.
Por supuesto, en cuanto crecieron, olvidaron el camino de regreso. Las casas llevan
vacías todo el tiempo.
Muchos
parecen buscar en los veranos el apartamiento de la soledad: fiestas a diario,
playas atestadas, viajes de catálogo, actividades tour operador… Jamás lo
entenderé. El verano es justo para lo contrario. La soledad no es, como muchos
piensan, la ausencia de amor o de compañía, sino de problemas. Y muchos provienen
de esa realidad que transitamos olvidando ver el amanecer, lo que sucede casi siempre.
No se encuentra la aurora del estío en la machacona información viral, como tampoco en la palabra de los influenciadores ni en la interconectividad absoluta que
jamás desfallece. Se encuentra en la observación individual y solitaria de los ojos que la miran (aunque usted desee fotografiarla para subir la imagen a esa cosa horrenda llamada Instagram). Un amanecer de verano convierte la soledad en éxtasis. Un
verano sin apartamiento no es sino una alegoría del mal gobierno en nuestras
vidas.