viernes, 1 de marzo de 2019

Del amor al odio

No hagan caso de las sirenas de alarma y las voces que tildan de fracaso el segundo encuentro entre Trump y Kim Jong-un. Lo de Estados Unidos y Corea del Norte es, ciertamente, difícil de creer. Dice un viejo dicho (atribuido por algunos a los klingon) que “solo Nixon podía ir a China”, lo que ocurrió en 1971, cuando este, un anticomunista de categoría, visitó Pekín, Hangzhou y Shanghái, instaurando una nueva era diplomática con el temible adversario asiático, entonces gobernado por un decrépito Mao que trataba de insuflarse vida desflorando nínfulas. Por eso me pregunto si resulta tan extraño que sea finalmente ese orate de Trump quien acabe llevándose a casa el Nobel de la Paz que algunos concedieron a Obama por un solo discurso. 

Andaba hasta ayer mismo el rubio platino loco de contento con sus hallazgos y adelantos en política oriental, con una complicidad casi íntima (porque nadie en su sano juicio la calificaría de mística) con el moreno de corte de pelo inefable, y diciendo por Twitter que la reunión con su joven colega había sido tremenda. No sabemos muy bien lo que eso significa, si es que significa algo: ¿sobrecogedora?, ¿sorprendente?, ¿inmensa?, ¿tal vez negativísima?. En la personalísima hagiografía que se está construyendo el neoyorquino ese adjetivo le viene bien en cualquiera de sus acepciones incluso a la estampida con que abruptamente se cerró el idilio ayer mismo. 

Sinceramente, dudo que esta Cumbre entre los de las barras y estrellas y los de la estrella única sobre fondo rojo entre dos mares, haya sido un solemne (¿tremendo?) fracaso. Ambos mandatarios necesitan hacer ver que ellos dos se bastan para conseguir avanzar unas relaciones antaño tensas hasta el no se sabe muy bien qué de hogaño (me reservo el tremendista palabro). Estas cosas de la diplomacia son así. Unos ratos Trump y Kim (trampiquín: descubrimiento léxico) se llevan a partir un piñón y en los ratos siguientes no se pueden ni ver. Que sea por un quítame allá todas esas sanciones que ya me quito yo unas pocas bombas nucleares, es lo de menos. Los guisos requieren tiempo y las prisas de la Historia solo las tienen quienes se sienten urgidos a entrar en ella por la puerta grande (esa que, según Les Luthiers, siempre produce algún impacto por hallarse cerrada). 

Total, que estábamos divertidos con las cartas de amor de los dos mancebos veroneses y ahora lo que estamos es intrigados por cómo sigue la historia. Una historia tremenda.