Hoy,
en una de las largas conversaciones que mantenemos Queco y yo de camino a casa
(el mejor lenitivo para mi dolor de verle crecer y abandonar el niño que fue), al
referirnos al asunto catalán le cité los versos de Segismundo, cuando responde
al criado aquello de “nada me parece justo en siendo contra mi gusto” (aunque
omití la réplica de aquel: “en lo justo es bien obedecer y servir”). Lo de
soltar citas encierra un gran desatino porque suelen servir para manifestar sedicente
bagaje cultural, pero en esta ocasión me valí del artificio para suscitar en
Queco curiosidad por los clásicos y porque parecía adecuada la ilación de los
versos con las voces de los líderes separatistas en juicio por hacer aquello
que les convino, creyendo -dicen- de justicia obrar así, de manera tan opuesta
a lo que se espera de sus cargos.
También
le hablé del Príncipe de Maquiavelo, libro rico en consejos de los que entresaqué
aquel donde el florentino conviene en la necesidad de saber mantener y agrandar
los reinos, reto más complejo que conquistarlos. Es, tal vez, el fracaso más
estrepitoso de esta España del siglo XXI. Políticos han pasado (y pasarán) por
los divanes monclovitas sin que ninguno de ellos entreviese ni anticipase la
futura deriva del nacionalismo catalán desde que quisiera zafarse de las
indignaciones provocadas por el primer arreón de la monumental crisis que se
vino encima. Un Estado urdido con pretendida visión federal (autogobierno
autónomo) e incapaz de mantener cohesionadas las partes, es un Estado que en
algún momento ha cometido dejación de responsabilidades. Pero eso no se juzga,
salvo en las urnas, y no hay cosa más desmemoriada que los receptáculos de los
votos del pueblo.
Total,
parece que llegamos al punto, por muchos esperado (en esa campaña viven de
forma constante desde que el pontevedrés se marcó una de güisquis con tal de no
oír a sus oponentes), de contemplar la zozobra del Gobierno a causa de los
movimientos provenientes de una de las muchas ramificaciones del tinglado
catalán, y mal hago en llamarlo tinglado y no aquelarre: a estas alturas del
cuento es antes pandemónium que jaleo.
Mire
usted lo poco que me gusta votar, para ofensa de muchos, y en este año, que se
prometía inspirador en lo político, resulta que habremos de zafarnos con las arengas
y peroratas de siempre. Hagan ustedes lo que mejor crean, yo volveré a
Calderón, por ver si encuentro versos que rediman esta aflicción grandilocuente
mía…