viernes, 15 de febrero de 2019

Los versos de Segismundo


Hoy, en una de las largas conversaciones que mantenemos Queco y yo de camino a casa (el mejor lenitivo para mi dolor de verle crecer y abandonar el niño que fue), al referirnos al asunto catalán le cité los versos de Segismundo, cuando responde al criado aquello de “nada me parece justo en siendo contra mi gusto” (aunque omití la réplica de aquel: “en lo justo es bien obedecer y servir”). Lo de soltar citas encierra un gran desatino porque suelen servir para manifestar sedicente bagaje cultural, pero en esta ocasión me valí del artificio para suscitar en Queco curiosidad por los clásicos y porque parecía adecuada la ilación de los versos con las voces de los líderes separatistas en juicio por hacer aquello que les convino, creyendo -dicen- de justicia obrar así, de manera tan opuesta a lo que se espera de sus cargos.
También le hablé del Príncipe de Maquiavelo, libro rico en consejos de los que entresaqué aquel donde el florentino conviene en la necesidad de saber mantener y agrandar los reinos, reto más complejo que conquistarlos. Es, tal vez, el fracaso más estrepitoso de esta España del siglo XXI. Políticos han pasado (y pasarán) por los divanes monclovitas sin que ninguno de ellos entreviese ni anticipase la futura deriva del nacionalismo catalán desde que quisiera zafarse de las indignaciones provocadas por el primer arreón de la monumental crisis que se vino encima. Un Estado urdido con pretendida visión federal (autogobierno autónomo) e incapaz de mantener cohesionadas las partes, es un Estado que en algún momento ha cometido dejación de responsabilidades. Pero eso no se juzga, salvo en las urnas, y no hay cosa más desmemoriada que los receptáculos de los votos del pueblo.
Total, parece que llegamos al punto, por muchos esperado (en esa campaña viven de forma constante desde que el pontevedrés se marcó una de güisquis con tal de no oír a sus oponentes), de contemplar la zozobra del Gobierno a causa de los movimientos provenientes de una de las muchas ramificaciones del tinglado catalán, y mal hago en llamarlo tinglado y no aquelarre: a estas alturas del cuento es antes pandemónium que jaleo.
Mire usted lo poco que me gusta votar, para ofensa de muchos, y en este año, que se prometía inspirador en lo político, resulta que habremos de zafarnos con las arengas y peroratas de siempre. Hagan ustedes lo que mejor crean, yo volveré a Calderón, por ver si encuentro versos que rediman esta aflicción grandilocuente mía…