viernes, 8 de febrero de 2019

De relatoribus mercatorum


El chiste lo contó Serafín un día de cosecha en mi pueblo. Un hombre portaba a lomos de su acémila un cargamento de huevos y, según entró por la calle, el bocinazo de un tractor espantó al pobre animal (al mulo, puntualizo) que, de inmediato, se puso a respingar, cayéndose todo el cargamento de huevos al suelo. El hombre, resignado ante el espectáculo de los huevos estrellados, suspiró diciendo: “cosa sería de reír si los huevos fueran de otro”. Pues algo así me sucedió al saber lo del relator afamado: estaríame aún desternillando si el asunto fuese de otro país. Pero resulta que sucede en el mío, en la España que por estos pagos muchos eufemistas llaman Estado.
Para qué diantre tenemos Constitución, leyes y Parlamento, si cualquier botarate monclovita a merced de unos elementos consiente en hundir las naves antes de que estos estallen en sus narices dejándole sin juguetes. Los juguetes, claro está, somos todos los demás, los que moramos de puertas afuera del conciliábulo donde se gestan singulares decretazos (algunos de ellos portadores de exequias fatuas, 40 años más tarde, que en 40 días se disuelven por sí mismas). Como juguetes son la Constitución (gustoso estoy de comprobar si en la distópica república catalana se instaura un texto que permita la libre autodeterminación de sus provincias), la Administración (de la que ya hablé como penoso papel defensor de la Abogacía del Estado, que, por cierto, aquí sí conviene el palabro), el Parlamento (para estas cuestiones ninguneado por un mecanógrafo con el casco azul de las Naciones Unidas) o las leyes (no solo por el asunto de los sedicentes padres constituyentes de la patria catalana: léanse despacito las 21 exigencias que tales próceres entregaron al todavía Presidente, quien aún no ha mencionado sentirse avergonzado ante ninguna de ellas, como correspondería a quien se yergue al frente de nuestro Estado, íbidem).
Bienvenidos seamos todos al gran mercadeo de la infamia, donde cualquier chorrada es posible en aras del diálogo y el clamor mal entendidos, ora por justificación pusilánime de la obsoleta dinamita (y sus derivados silbantes), ora por el trágala de una alta sociedad política podrida hasta los mismísimos cancanujos. Y puesto que trátase ante todo, y sobre todo, de mercadería, publiquemos ahora mismo en este DV una oferta de trabajo que diga: “Búscase relator comercial para Estado y estadillo: imprescindible sordera, ceguera muy recomendable”. ¿Se apunta?