viernes, 11 de enero de 2019

Diálogos insustanciales


La palabra diálogo ha pasado a ser sinónimo de democracia. Ante cualquier problema y bajo cualquier premisa. Suelen propugnarlo quienes menos dialogan, acaso porque su sola invocación limpia los miasmas que desprenden (caso de ETA). Incluso deviene argumento de autoridad, pues es tanta su necesidad y conveniencia, tanta la hondura y complejidad que refleja, que todo lo demás parece soslayable, cuando no despreciable. ¿Usted está a favor del diálogo? ¿Quién no? El debate parece permitir solo una disyuntiva: o diálogo o autoritarismo.
Yo prefiero que los políticos conversen más y dialoguen menos. Las conversaciones son informales y no profundizan en tema alguno: es un poco de todo. Cuando emprenden el diálogo lo suelen hacer de forma opaca, digan lo que digan: los ciudadanos ni sabemos con quiénes dialogan, ni qué es lo que dialogan, ni con qué objetivo. Un ejemplo palpitante lo encontramos con la cuestión catalana. A nuestro Presidente ahora le encanta dialogar: lo que no sabemos es para qué, pues solo le cabe aceptar todo lo que le pidan si lo que desea es seguir siendo quien dialogue. Mucha afición al diálogo no tenía cuando el “no es no”, pero la poltrona monclovita cambia de tendido los asientos.
Antes que diálogo, lo que hay es un pretexto para disimular que, en vez de hablar, unos exigen y otro acepta. Y todo en diferido, sin aludir siquiera a lo que piensan o sienten más de la mitad de los catalanes, los que no gobiernan, porque en Cataluña nuestro Presidente no se sienta a averiguar lo que piensa u opina quienes más apoyo obtuvieron en las pasadas elecciones. Claro que tampoco él obtuvo el mayor apoyo en las que se presentó hace unos años, luego la cosa parece que va de poderosos en la cuerda floja: ellos se entienden solos y se bastan a sí mismos. Que los secesionistas los ninguneen parece a estas alturas lógico: se consideran a sí mismos los catalanes verdaderos. Pero que lo haga el Presidente de esta España nuestra es cosa mucho más seria y nefasta: aunque incluso a esto nos estamos acostumbrando.
Para usted y para mí, ese diálogo es inútil, solo interesa a los independentistas y al de la Moncloa: no al país entero. Y mientras tanto, alrededor todo empeora, todo se agrava, todo se enquista. En pocas palabras: lo de Cataluña se está yendo al carajo (que es el tope del mástil de los navíos, donde anida el grajo al dejar de volar cuando hace frío, como estos días que el viento polar nos deja a todos ateridos).