La
palabra diálogo ha pasado a ser sinónimo de democracia. Ante cualquier problema
y bajo cualquier premisa. Suelen propugnarlo quienes menos dialogan, acaso
porque su sola invocación limpia los miasmas que desprenden (caso de ETA).
Incluso deviene argumento de autoridad, pues es tanta su necesidad y
conveniencia, tanta la hondura y complejidad que refleja, que todo lo demás
parece soslayable, cuando no despreciable. ¿Usted está a favor del diálogo?
¿Quién no? El debate parece permitir solo una disyuntiva: o diálogo o
autoritarismo.
Yo
prefiero que los políticos conversen más y dialoguen menos. Las conversaciones
son informales y no profundizan en tema alguno: es un poco de todo. Cuando
emprenden el diálogo lo suelen hacer de forma opaca, digan lo que digan: los
ciudadanos ni sabemos con quiénes dialogan, ni qué es lo que dialogan, ni con
qué objetivo. Un ejemplo palpitante lo encontramos con la cuestión catalana. A
nuestro Presidente ahora le encanta dialogar: lo que no sabemos es para qué,
pues solo le cabe aceptar todo lo que le pidan si lo que desea es seguir siendo
quien dialogue. Mucha afición al diálogo no tenía cuando el “no es no”, pero la
poltrona monclovita cambia de tendido los asientos.
Antes
que diálogo, lo que hay es un pretexto para disimular que, en vez de hablar, unos
exigen y otro acepta. Y todo en diferido, sin aludir siquiera a lo que piensan
o sienten más de la mitad de los catalanes, los que no gobiernan, porque en
Cataluña nuestro Presidente no se sienta a averiguar lo que piensa u opina quienes
más apoyo obtuvieron en las pasadas elecciones. Claro que tampoco él obtuvo el
mayor apoyo en las que se presentó hace unos años, luego la cosa parece que va
de poderosos en la cuerda floja: ellos se entienden solos y se bastan a sí
mismos. Que los secesionistas los ninguneen parece a estas alturas lógico: se
consideran a sí mismos los catalanes verdaderos. Pero que lo haga el Presidente
de esta España nuestra es cosa mucho más seria y nefasta: aunque incluso a esto
nos estamos acostumbrando.
Para
usted y para mí, ese diálogo es inútil, solo interesa a los independentistas y al
de la Moncloa: no al país entero. Y mientras tanto, alrededor todo empeora,
todo se agrava, todo se enquista. En pocas palabras: lo de Cataluña se está
yendo al carajo (que es el tope del mástil de los navíos, donde anida el grajo
al dejar de volar cuando hace frío, como estos días que el viento polar nos
deja a todos ateridos).