Cuando
oigo las razones por las que conviene reescribir el pasado me pongo a temblar y
recuerdo, de inmediato, aquel Ministerio de la Verdad de la novela 1984 de
George Orwell que se encargaba de adaptar la Historia a cada situación
requerida. Y cuando leo las razones aducidas por tantos prohombres y prebostes
con ínfulas intelectuales (plagios y mediocridades académicas aparte) y su necesidad
por constituir una verdad de la Historia única e indiscutida, enseguida me
pregunto cuándo vendrá el próximo que intente volver a redactar la suya.
Los
totalitarismos del siglo XX reescribieron (todos) la Historia que ellos concebían
única y verdadera. Y siempre encontraron turbas enfurecidas de rabiosa
felicidad porque, por fin, alguien había descubierto la verdad que más les
gustaba. No hace falta irse muy lejos: en Cataluña pasa eso exactamente ahora
mismo. Los hechos, aunque se demuestren irrefutables, siempre abren la
oportunidad a las interpretaciones. Y en las interpretaciones la verdad a veces
se esconde y otras deslumbra: se llama historiografía, y es amplia y discutible
al igual que las teorías científicas.
En
esta ley de la Memoria Histórica no estamos hablando de recuerdos, aunque se refieran a la memoria.
Recordar es una obligación. Yo no quiero recordar solo un poco, quiero recordar
la globalidad. Y si no puedo, que entre todos lo hagamos posible, porque no hay nada más
despreciable que el actual negacionismo del mal que se extiende por el mundo
sin que nos demos cuenta. Por eso, quizá, aborrezco tanto el turismo sin
concierto y la tropelía de la incultura masificada (no se puede recordar
aquello que no se conoce), como también desprecio los esfuerzos de muchos en querer democratizar
los recuerdos para que rememoren solo lo que ellos quieren y en la medida que les
apacigua.
A
veces conviene olvidar. Y en nuestra Transición, hubo un pacto en favor del
olvido que fue decisivo para que surgiera lo que somos ahora. Pero fue un pacto
político, para nunca más devolver los motivos de tamaña agresión como fue la
Guerra Civil, toda vez que Franco quedó bien muerto y bien sepultado bajo una
inmensa cruz de oprobio y una pesada losa que creíamos imposible de levantar.
¿Quién lo ha olvidado que ahora necesita una ley para recordárselo? Los
símbolos solo surten efecto cuando uno quiere. Para mí este en concreto siempre
fue una inmejorable excusa para no olvidar jamás. Solo eso. Sin efecto
taumatúrgico: que incluso las atrocidades de la humanidad jamás acabaron tras
Auschwitz…