jueves, 12 de julio de 2018

Temis se quitó la venda

Rápidamente llegó el chiste: un formulario que una mujer entrega esa noche a un hombre para exonerarlo de cualquier delito en caso de coyunda. En pleno siglo XXI, el acto volitivo del ancestral rito del cortejo, siempre tan ambiguo como necesariamente incierto, queda reducido a instrumento jurídico porque la seducción también necesita esa protección. Objetarán ustedes que, en asuntos como el de la asquerosamente célebre manada, sobra el chiste y lo del cortejo y la seducción. Pero que desde las esferas del poder se aliente por ello la simplificación del “sí es sí” para evitar los matices de los juristas, matices que al parecer la calle dilucida con suma facilidad, a mí se me antoja oportunista, por muy sueco que sea el antecedente.

Claro está, vivimos inmersos en el gobierno de los gestos y este no deja de ser uno más. La opinión pública, esa a la que los próceres acuden para justificar sus decisiones cuando les es favorable o ningunean cuando la saben dañosa, en algunas cuestiones quiere mandar mucho y rabia cuando no lo consigue. ¿Acaso creen ustedes que nuestros juristas son, no ya incapaces, también insensibles ante al sentir de las gentes (en este caso, de las mujeres) en asuntos tan delicados como son las agresiones sexuales? ¿Cuándo empezaron a conjurarse contra nosotros, el pueblo, que yo no me enteré? Tanta voz alzada contra un solo tribunal asemeja la confabulación de los ignorantes que no toleran la sabiduría ajena por saberse en mayor número.

El chiste, en su oportunismo, acertó en algo que yo, con más prolijidad, traté de exponer: el carácter probatorio de los delitos se difumina cuando, poco a poco, la presunción de inocencia va relegándose al olvido. No deja de ser incoherente que defendamos de boquilla la virtud de nuestro sistema judicial e interiormente pensemos que ciertas sentencias son lesivas e inicuas por responder a atávicas desviaciones humanas de los jueces. Si la dicotomía se establece en la lucha de malos y buenos y no permitimos que la justicia ilumine las escalas de grises de la vida, siempre tan huidizas, entonces todo el entramado social se viene abajo.

No sorprende que las redes sociales se hayan convertido en tribunales populares y que una sentencia condenatoria de nueve años más reparación económica les parezca insuficiente. Pero una cosa es ser muy críticos con la impartición de justicia y otra querer regresar a las turbias épocas de los juicios sumarísimos por aclamación popular.