miércoles, 9 de mayo de 2018

S/in/justicia

Ya en su momento hablé de esa “manada” cuyas barbaridades ocupan de nuevo los espacios informativos de medio planeta. Y no en pocas ocasiones he referido mi convencimiento de que no puede hallarse en la justicia reparación a las afrentas que sufrimos. ¿Dónde, entonces? La respuesta es, sin lugar a dudas, inquietante. Tanto como la sentencia emitida por los jueces que han sopesado este caso.
En la calle, en los bares, domicilios y colegios se ha venido hablando mucho de esta sentencia. También en los medios, donde con singularidad han irrumpido los políticos, esos personajes de la cosa pública que no callan ni bajo el agua. Recientemente me hablaba mi hijo de los debates que han tenido en clase al respecto y le dije, tal vez por no tener mejor respuesta, lo mismo que a tantos y tantos que me han remitido, sin yo pedirlo, sus mensajes por whatsapp: nos guste o no, someter a la justicia los sucesos que nos han victimizado no garantiza la esperada reparación y mover sus engranajes por sentencias más o menos desafortunadas es un craso error, por mucho que pensemos que hay que proporcionar amparo a las víctimas.
Yo, desde luego, prefiero no hacer excepciones a sus mecanismos probatorios, pese a que en muchas ocasiones suponga un ejercicio de enorme dificultad que sitúa en desventaja a los “buenos” frente a los “malos”. Pero rebajar la necesidad probatoria en favor de una creencia (“yo sí te creo”) no va a hacer de la justicia un lugar mejor. Y aunque desconfíe mucho, prefiero que la justicie emplee sus mecanismos internos para limar las rebabas de los obsoletos pilares en que se apoya. No deberíamos influir desde los altavoces de la política o las manifestaciones. Disponemos de un sistema acaso muy garantista, pero su revisión corresponde a otros.
Por mi parte, como dije en su momento, los integrantes de la mencionada “manada” pueden perderse bien lejos, donde no nos llegue su hedor y dejen de hacer daño a otras personas no solo con sus tropelías, también con esa mentalidad recalcitrante y despreciable de la que se enorgullecen. Mucho me temo que estas cosas seguirán pasando, con independencia de los clamores y el sentido común con el que ahora abordemos este lamentable asunto, porque en el mundo los valores son cada vez más líquidos y evanescentes. Aunque las responsabilidades judiciales se diriman en los tribunales, es a los demás a quienes nos está encomendada la labor de mejorar cívicamente este mundo tan injusto.