Ya
en su momento hablé de esa “manada” cuyas barbaridades ocupan de nuevo los
espacios informativos de medio planeta. Y no en pocas ocasiones he referido mi
convencimiento de que no puede hallarse en la justicia reparación a las
afrentas que sufrimos. ¿Dónde, entonces? La respuesta es, sin lugar a dudas,
inquietante. Tanto como la sentencia emitida por los jueces que han sopesado
este caso.
En
la calle, en los bares, domicilios y colegios se ha venido hablando mucho de
esta sentencia. También en los medios, donde con singularidad han irrumpido los
políticos, esos personajes de la cosa pública que no callan ni bajo el agua.
Recientemente me hablaba mi hijo de los debates que han tenido en clase al
respecto y le dije, tal vez por no tener mejor respuesta, lo mismo que a tantos
y tantos que me han remitido, sin yo pedirlo, sus mensajes por whatsapp: nos guste
o no, someter a la justicia los sucesos que nos han victimizado no garantiza la
esperada reparación y mover sus engranajes por sentencias más o menos
desafortunadas es un craso error, por mucho que pensemos que hay que proporcionar
amparo a las víctimas.
Yo,
desde luego, prefiero no hacer excepciones a sus mecanismos probatorios, pese a
que en muchas ocasiones suponga un ejercicio de enorme dificultad que sitúa en
desventaja a los “buenos” frente a los “malos”. Pero rebajar la necesidad
probatoria en favor de una creencia (“yo sí te creo”) no va a hacer de la
justicia un lugar mejor. Y aunque desconfíe mucho, prefiero que la justicie
emplee sus mecanismos internos para limar las rebabas de los obsoletos pilares
en que se apoya. No deberíamos influir desde los altavoces de la política o las
manifestaciones. Disponemos de un sistema acaso muy garantista, pero su
revisión corresponde a otros.
Por mi parte, como dije en su momento, los integrantes
de la mencionada “manada” pueden perderse bien lejos, donde no nos llegue su
hedor y dejen de hacer daño a otras personas no solo con sus tropelías, también
con esa mentalidad recalcitrante y despreciable de la que se enorgullecen. Mucho
me temo que estas cosas seguirán pasando, con independencia de los clamores y el
sentido común con el que ahora abordemos este lamentable asunto, porque en el
mundo los valores son cada vez más líquidos y evanescentes. Aunque las
responsabilidades judiciales se diriman en los tribunales, es a los demás a
quienes nos está encomendada la labor de mejorar cívicamente este mundo tan
injusto.