sábado, 24 de marzo de 2018

Datos voladores


Que los datos personales vienen y van, vuelan alto o bajo, o se cambian por cromos de los Vengadores, no queda duda. El modelo de negocio de Facebook y otras redes sociales es raro, muy raro: no cobran nada por estar ahí, ofrecen juegos y almacenamiento de fotos o vídeos, no venden coches ni casas ni batidoras (solo videojuegos, poco más), y lo único que piden a cambio es soportar las toneladas de indigesta publicidad con el que viene trufado el asunto. Y pese a ello, estas empresas tienen un valor cifrado en muchos miles de millones de dólares, como si se tratase del productor de aire atmosférico respirable. Por supuesto, admito que mi lúgubre y un tanto maltrecha mente no sea capaz de atinar con el quid de la cuestión, pero al hilo de las últimas revelaciones la cosa va tomando fundamento, que diría don Karlos.
Hace ya muchos meses que Facebook me eliminó, ignoro el motivo, haciéndome el favor inmenso de no tener que pensar mucho en la manera eficiente de quitarme de en medio. Y desde entonces, tras barrer todo cuanto a redes sociales pudiera sonar en mi vida, carezco de eso que todo el mundo sigue usando. Y soy infinitamente feliz. Como tampoco vivo en Estados Unidos ni tuve que decidir si era mejor votar a Trump o a Hillary, me quedé fuera de la controversia de los datos personales que tanto ha azorado a las gentes honradas de este mundo que defienden a capa y espada la ontológica necesidad de aparecer en el escaparate digital de las bobadas personales. Lo del whatsapp sí lo uso, básicamente lo juzgo un último reducto por motivos de practicidad, y aunque tentado estoy de mandarlo igualmente a tomar viento fresco, dentro de mí hay un forcejeo escéptico y nada librepensador que me conmina a seguir manteniéndolo. Pero cualquier día impongo orden y a la porra con todo.
Es feo este mundo del siglo XXI con todas estas gigantescas corporaciones Tyrell tratando de apacentar al ganado humano en los ingentes pasturajes de su poder e influencia. Como fea es la docilidad con que nosotros, ovejitas mansas y lerdas, nos regocijamos cuando nos colocan un numerito en la frente y nos declaran aptos para la existencia moderna, siempre interconectada, porque en esta vida de lo que se trata es de divertirse y nada más (pensamos). Esto de los datos voladores sí identificados no es asunto baladí. A mí me da lo mismo, total, “pulvis es et in pulverem reverteris”, pero no deja de ser una señal del absurdo mundo que estamos construyendo.