El Carles ha confirmado la teoría sociopolítica moderna de los
mensajes breves, las reflexiones breves y las añoranzas profundas. Los muertos,
en política, encuentran comodidad en la sinceridad cuando esta se produce en la
intimidad de las palabras sin miradas.
No es infrecuente, al contrario, es muy frecuente, que mis
interlocutores, tras la fiebre de la comunicación que denominan virtual, se
pregunten sobre el alcance y verosimilitud de ese diálogo humano establecido a
través de los canales que, hasta hace poco, se denominaban “nuevas
tecnologías”. Es el imperio de lo virtual, y estoy convencido de que usted,
lector, sigue empleando esta terminología con cierta profusión. Lo virtual. La
imagen formada por la prolongación de los rayos reflejados en un espejo que
intersecan tras este. Lo que no es real, sin existencia aparente y, sin
embargo, está ahí. O como dice la RAE (porque en estos tiempos que corren, no
hay mayor prestancia que citar al diccionario académico para demostrar virtual
erudición), aquello que tiene virtud para ocasionar un efecto aunque no sea la
causa que lo produce. Mutatis mutandis, todo el lío independentista catalán.
Ahora me da pena el “Puchimón”. Y ya lo siento. Por él y porque
la realidad que han estado contemplando él y dos millones más de personas, a
consecuencia de la algarabía que cobró tal fuerza que ya nadie fue capaz de
confesar que el rey iba desnudo, no existía salvo como reflejo prolongado del
espejo del mundo del que una ya vez hablé (hace ya nueve años) en términos
borgesianos, porque el independentismo, violento (como era en Euskadi) o
solamente fútil (como lo es el catalán), solo entiende de imágenes virtuales
que se reflejan una y otra vez en un espejo plano conformando un laberinto del
que es complicado salir si uno opta por sumergirse en él.
Ha sido un SMS, o un whatsapp (qué más da). Ha sido una
comunicación virtual pergeñada entre entidades muy reales la causante del
desbaratamiento del laberinto especular que, no obstante, seguirá formándose
porque muchos son los engañados y más aún quienes sopesan que la virtualidad
del independentismo regional tiene algún sentido, no importa cual sea la deriva
del mundo.
Querido Carles. Yo, de buena gana, te perdonaba la cárcel previa
confesión de que despiertas de un sueño de locura ocasionado por la lectura de
tanto libro de caballería. No porque reveles que simplemente has fracasado. La
hidalguía, tal cual la entiendo, no es eso.